En el año 170, una noche dentro de su tienda de campaña en el frente de guerra en Germania, el emperador romano Marco Aurelio se sentó a escribir. O quizá lo hizo antes del amanecer en su palacio en Roma, o bien se tomó unos segundos durante los juegos e ignoró la gran mortandad en el Coliseo a sus pies. El lugar exacto no importa. Lo relevante es que este hombre, hoy conocido como el último de los cinco grandes emperadores, se sentó a escribir. No lo hizo para una audiencia ni para que fuera publicado, sino para él. Y lo que escribió es sin duda una de las fórmulas más efectivas de la historia para superar todas las situaciones negativas que encontramos en la vida. Una fórmula para prosperar no pese a lo que sucede, sino gracias a ello. En ese momento escribió sólo un párrafo, y poco en él era original. Casi todos aquellos pensamientos podían hallarse, de una forma u otra, en los textos de sus ídolos y mentores. Pero en apenas ochenta y cinco palabras, Marco Aurelio definió y articuló una idea tan antigua que terminó por eclipsar los grandes nombres de sus antecesores: Crisipo, Zenón, Cleantes, Aristón, Apolonio, Junio Rústico, Epicteto, Séneca, Musonio Rufo. Ese número de palabras es más que suficiente para nosotros. Nuestros actos pueden ser impedidos, [...] pero no existe ningún impedimento contra nuestras intenciones o inclinaciones, porque somos capaces de adecuarnos y adaptarnos. La mente se adapta, y transforma para sus fines el obstáculo contra nuestro actuar. Concluyó con una máxima impresionante: Lo que estorba la acción promueve la acción. Lo que se interpone en el camino se vuelve el camino. * Aunque soy de la opinión de que el estoicismo es una filosofía fascinante y trascendente, entiendo que vives en la realidad y que no tienes tiempo para una lección de historia. Lo que necesitas son estrategias reales que te ayuden a resolver tus problemas, así que a eso se dedica este libro. Si deseas recursos adicionales y lecturas recomendadas sobre el estoicismo, te proveeré de ellos en la lista de lecturas al final de este volumen.
Me propongo analizar un remake de la obra cinematográfica Doce hombres en pugna, considerada una de las mejores películas en la historia del cine. Pero no lo haré desde la perspectiva de la crítica cinematográfica, sino porque ella plantea ciertos aspectos que juzgo centrales para pensar la cultura contemporánea y en particular los medios masivos, como lo son el concepto de verdad y de libertad de expresión, así como también otros conceptos importantes que comprenden a la objetividad y las estrategias éticas. (1)Además, la elección de esta película se debe a la interesante similitud en algunos puntos con un documental como El Rati Horror Show (Piñeyro, 2010) y con la parodia El Bebé de los Perales (Sorin, 2006). La comparación de Doce hombres en pugna con estas dos obras, y la posibilidad de recurrir a varios autores para desarrollar el análisis, son elementos fundamentales para poder enriquecer nuestra perspectiva .A través de las deliberaciones de un tribunal, en Doce hombres en p...
La jerarquía de género en las sociedades patriarcales promueve posturas y relaciones de dominación y subordinación que privan a las mujeres de su autonomía para el desenvolvimiento y la construcción social. Uno de los rasgos de esta jerarquización es la violencia sexual como expresión del ejercicio de poder (Weinstein, 1991). Este ejercicio de poder se manifiesta en los estereotipos de género presentes en los procesos de búsqueda de reparación de mujeres violentadas sexualmente, como mecanismos culturales de consolidación y reproducción del sistema patriarcal. Estos estereotipos expresan, atraviesan y dirigen la manera como un grupo social percibe, entiende y enfrenta una situación de violencia sexual y, por lo tanto, posibilitan conocer las relaciones de género en un entorno específico. Esta investigación se sustenta en testimonios de mujeres agredidas sexualmente en Medellín-Colombia, para quienes la reparación significa el reconocimiento social, institucional y/o jurídico de la s...
Este trabajo analiza el derecho a la educación desde los aspectos filosóficos, jurídico y sociológico en tanto herramienta para la formación integral del ser humano, considerado individualmente y como miembro de una comunidad. Se abordan temas como los dilemas de la democracia, los conceptos de "libertad" y "verdad" y la regulación normativa del derecho a la educación en Argentina y en los tratados internacionales. Se efectúan propuestas para la mejor formación del ciudadano como parte de la sociedad y como actor en la democracia participativa.
Caminos Alternativos. Ante la precarización laboral y la marginación social, 2023
El libro Caminos alternativos ante la precarización laboral y la marginación social aborda el deterioro financiero desde las nuevas relaciones entre el trabajo y el capital, pues en el fondo es necesario analizarlo desde la perspectiva de la economía política, es decir, desde el análisis de cómo interactúan las fuerzas antagónicas en un proceso, no solo de generación de riqueza, sino de permanencia y ejercicio del poder a nivel social, cuyo fin se centra y se perpetúa en la acumulación de capital, es decir, que en el proceso de precarización social, encontramos una arquitectura institucional que legitima la vulnerabilidad derivado del deterioro en las condiciones de trabajo; así la contratación temporal o a tiempo parcial modifica la jornada de trabajo para ajustarla a las condiciones tecnológicas de los procesos productivos, mediante trabajo por hora o a tiempo parcial; la caída salarial, pérdida de los ingresos por trabajo y, la desprotección social, son solo ejemplos de la reducción y eliminación de los derechos laborales que generan marginación social.
La hoja en blanco: claves para conversar sobre una nueva constitución, 2020
Uno de los lugares comunes que suele repetirse para referirse a la forma en que se gatilló el denominado estallido social, es el de que nadie lo vio venir. Acá se sostiene algo diferente, aunque desde el punto de vista constitucional. En la primera parte, se pasará revista a las movilizaciones de 2006 y 2011, en las que cientos de miles de estudiantes secundarios y universitarios salieron a las calles para reclamar una restructuración comprehensiva (es decir general) del sistema educacional chileno. En la segunda parte, se justificará el recurso a la protesta como una herramienta que permitió a la ciudadanía avanzar esos reclamos y, en cierta medida, alterar la comprensión del texto constitucional. Sin embargo, se mostrará cómo los resultados alcanzados, pese a lograr imponer nuevos términos de comprensión constitucional, no fueron satisfactorios. Como se ha señalado, las reformas legales impulsadas desde el poder político solo consolidaron el modelo mercantil de educación. Pese a ello, la tercera parte se encarga de reivindicar el rol de esas protestas estudiantiles, presentándolas como una señal potente de lo que estaba por venir. En efecto, más allá del eventual éxito que tuvieron empujando esas conquistas legales en materia educacional, que de otro modo no habrían sido posibles, se sostendrá que esas protestas permitieron, al exponer esos resultados, mostrar los límites de lo posible dentro del esquema constitucional chileno. Si ello es así, es decir, si el esquema constitucional impuesto en 1980 se presenta como una frontera insalvable a los reclamos sociales que se avanzan desde la ciudadanía, en ese caso las relativas al modelo educacional chileno, entonces esas protestas fueron el primero paso en la activación del poder constituyente que el estallido social vendría a haber consolidado.
This paper analyses the problematic relationship between death penalty and life imprisonment. The first part of the work examines the main steps that led to the replacement of capital punishment with life imprisonment. A topic that calls into question a comparative evaluation between the utilitarian conception of Cesare Beccaria and the thesis of Kant and Hegel in favor of capital punishment. From the basis of these assumptions, we proceeded to analyse the more recent institution of life imprisonment, by means of which the State takes the life of the condemned man, without taking it away from him physically, but socially.
Prefacio En el año 170, una noche dentro de su tienda de campaña en el frente de guerra en Germania, el emperador romano Marco Aurelio se sentó a escribir. O quizá lo hizo antes del amanecer en su palacio en Roma, o bien se tomó unos segundos durante los juegos e ignoró la gran mortandad en el Coliseo a sus pies. El lugar exacto no importa. Lo relevante es que este hombre, hoy conocido como el último de los cinco grandes emperadores, se sentó a escribir. No lo hizo para una audiencia ni para que fuera publicado, sino para él.Y lo que escribió es sin duda una de las fórmulas más efectivas de la historia para superar todas las situaciones negativas que encontramos en la vida. Una fórmula para prosperar no pese a lo que sucede, sino gracias a ello. En ese momento escribió sólo un párrafo, y poco en él era original. Casi todos aquellos pensamientos podían hallarse, de una forma u otra, en los textos de sus ídolos y mentores. Pero en apenas ochenta y cinco palabras, Marco Aurelio definió y articuló una idea tan antigua que terminó por eclipsar los grandes nombres de sus antecesores: Crisipo, Zenón, Cleantes, Aristón, Apolonio, Junio Rústico, Epicteto, Séneca, Musonio Rufo. Ese número de palabras es más que suficiente para nosotros. Nuestros actos pueden ser impedidos, [...] pero no existe ningún impedimento contra nuestras intenciones o inclinaciones, porque somos capaces de adecuarnos y adaptarnos. La mente se adapta, y transforma para sus fines el obstáculo contra nuestro actuar. Concluyó con una máxima impresionante: Lo que estorba la acción promueve la acción. Lo que se interpone en el camino se vuelve el camino.
En estas palabras reside el secreto del arte de usar los obstáculos para bien. De actuar con “una cláusula inversa” a fin de que siempre haya una salida u otra ruta para llegar adonde debes y los reveses o problemas sean siempre de esperar, nunca permanentes. Dar por supuesto que algo nos limitará puede potenciarnos. Viniendo de quien vienen, ésas no son palabras ociosas. Durante su reinado, el cual se prolongó diecinueve años, Marco Aurelio experimentó guerras casi constantes, una peste terrible, la posible infidelidad, un intento de derrocamiento por uno de sus más cercanos aliados, repetidos y arduos viajes por el imperio — de Asia Menor a Siria, Egipto, Grecia y Austria—, una veloz merma de los recursos públicos, un hermanastro incompetente y codicioso como emperador asociado y muchas cosas más. Por lo que sabemos, vio todos y cada uno de esos obstáculos como una oportunidad para practicar algunas virtudes: paciencia, valor, humildad, ingenio, razón, justicia y creatividad. El poder jamás se le subió a la cabeza; tampoco el estrés ni el agobio. Rara vez se dejó llevar por los excesos o la cólera, y nunca por el odio ni la amargura. Como observó el ensayista Matthew Arnold en 1863, en Marco Aurelio hallamos a un hombre que llegó a la más elevada y poderosa posición en el mundo, y el veredicto universal de quienes lo rodeaban fue que demostró ser digno de eso. La sabiduría de ese breve pasaje de Marco Aurelio puede constatarse también en otros hombres y mujeres que la siguieron como él lo hizo. De hecho, ésta es una constante extraordinaria a lo largo del tiempo. Es posible detectar un hilo conductor desde los días de la decadencia y caída del Imperio romano hasta la efusión creativa del Renacimiento y los avances de la Ilustración. Ese mismo hilo se advierte con igual claridad en el espíritu de los pioneros que ocuparon el Oeste de Estados Unidos, en la perseverancia de la causa de la Unión durante la Guerra Civil estadunidense y en la agitación de la Revolución industrial. Apareció de nuevo en la intrepidez de los líderes del movimiento por los derechos civiles y se irguió en los campos de prisioneros en Vietnam. Hoy emerge en el ADN de los emprendedores de Silicon Valley. Este enfoque filosófico es la fuerza impulsora de quienes se forjan a sí mismos y el baluarte de quienes ocupan puestos de gran responsabilidad o dificultad. En el campo de batalla o en la sala de juntas, a través de los mares y de los siglos, miembros de cada grupo, género, clase, causa y ocupación han debido enfrentar obstáculos y luchar para vencerlos, aprender a usarlos en su beneficio.
Esa lucha es la constante en la vida de todos ellos. Lo supiera o no, cada uno de esos individuos formaba parte de una antigua tradición, la cual empleaba para sortear el eterno terreno de las oportunidades y las dificultades, la prueba y el triunfo. Nosotros somos los legítimos herederos de esa tradición. Es nuestro derecho de nacimiento. Sea lo que enfrentemos, podemos optar entre permitir que los obstáculos nos estorben o progresar a pesar de ellos. Aunque no seamos emperadores, el mundo nos pone a prueba a cada momento. Nos pregunta: “¿Tienes suficiente mérito para superar lo que se cruzará inevitablemente en tu camino? ¿Te pondrás de pie y nos mostrarás de qué estás hecho?”. Muchas personas han respondido de manera afirmativa esta interrogante. Y una especie más rara todavía ha demostrado que no sólo puede hacer eso, sino que además es capaz de recuperarse y prosperar en cada reto. Que el desafío la vuelve mejor que si no hubiera encarado la adversidad en modo alguno. Ha llegado tu turno de ver si tú eres una de esas personas, si les harás compañía. Este libro te enseñará el camino.
Introducción Esa cosa frente a ti. Esa complicación. Ese obstáculo. Ese frustrante, desafortunado, embrollado e imprevisto problema que te impide hacer lo que deseas. Esa situación que temes o que esperas en secreto que no suceda nunca. ¿Qué pasaría si no fuera tan mala como parece? ¿Qué ocurriría si, incrustados en su interior o inherentes a ella, hubiera ciertos beneficios exclusivamente para ti? ¿Qué harías en esta situación? ¿Qué crees que haría la mayoría de las personas? Quizá lo que siempre ha hecho y lo que tú haces ahora: nada. Seamos honestos: la mayoría de nosotros nos paralizamos. Sean cuales fueren nuestras metas, la mayoría nos inmovilizamos frente a los numerosos obstáculos que nos aguardan. Quisiéramos que esto no fuera cierto, pero lo es. Lo que nos bloquea es claro. Sistémico: instituciones en decadencia, un desempleo creciente, el exorbitante costo de la educación y la perturbación tecnológica. Individual: somos demasiado pequeños, viejos, tenemos temor, pobreza, tensión, falta de acceso, de apoyo, de seguridad. ¡Somos expertos en catalogar lo que nos contiene! Cada obstáculo es único para cada uno de nosotros. Pero las respuestas que suscitan son las mismas: miedo, frustración, confusión, desamparo, depresión, enojo. Sabes lo que quieres hacer pero sientes como si un enemigo invisible te hubiera encajonado y te oprimiera con una almohada. Intentas llegar a algún lugar, pero invariablemente algo bloquea el camino, sigue y estorba cada uno de tus pasos. Tienes apenas libertad suficiente para sentir que puedes avanzar; la suficiente para sentir que es culpa tuya que no puedas continuar o cobrar
impulso. Estamos insatisfechos con nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestro lugar en el mundo. Queremos ir a alguna parte, pero algo se interpone en el camino. Así que no hacemos nada. Culpamos a nuestro jefe, la economía, los políticos, los demás o nos consideramos fracasados, y decidimos que nuestras metas son imposibles de alcanzar, cuando lo cierto es que lo que falla son dos cosas: nuestra actitud y enfoque. Ha habido ya incontables lecciones (y libros) acerca de cómo alcanzar el éxito, pero nadie nos ha enseñado nunca a superar el fracaso, cómo concebir los obstáculos, cómo tratarlos y triunfar sobre ellos, así que estamos estancados. Asediados por todos los frentes, muchos de nosotros nos sentimos desorientados, reactivos y confundidos. No tenemos idea de qué hacer. Por otra parte, no todos están paralizados. Vemos con asombro que algunos parecen convertir en trampolines los mismos obstáculos que a nosotros nos intimidan. ¿Cómo lo consiguen? ¿Cuál es el secreto? Más pasmoso es aún el hecho de que generaciones pasadas enfrentaron problemas peores con menos redes de protección y menos herramientas. Se vieron frente a los mismos obstáculos que tenemos hoy en día más aquellos otros que se empeñaron en eliminar en beneficio de sus hijos y otras personas. Pero nosotros seguimos estancados. ¿Qué tienen esas figuras que nosotros no? ¿Qué nos falta? Muy simple: un método y un marco para comprender, apreciar y actuar en consecuencia con los obstáculos que la vida nos pone. John D. Rockefeller lo tuvo; en su caso, fue una fría obstinación y autodisciplina. Demóstenes, el gran orador ateniense, lo tenía; en su caso, fue un afán incansable de mejorar por medio de la acción y la práctica. Abraham Lincoln lo tuvo; para él fue la humildad, la resistencia y una voluntad compasiva. Hay otros nombres que también verás una y otra vez en este libro: Ulysses S. Grant, Thomas Edison, Margaret Thatcher, Samuel Zemurray, Amelia Earhart, Erwin Rommel, Dwight D. Eisenhower, Richard Wright, Jack Johnson, Theodore Roosevelt, Steve Jobs, James Stockdale, Laura Ingalls Wilder, Barack Obama. Algunos de esos hombres y mujeres encararon inimaginables horrores, desde la cárcel hasta enfermedades discapacitantes, además de frustraciones
cotidianas que no eran diferentes de las nuestras. Lidiaron con las mismas rivalidades, agitaciones políticas, dramas, resistencias, formas de conservadurismo, estallidos, tensiones y calamidades económicas. O con peores. Sujetos a tales presiones, esos individuos fueron transformados. Fueron transformados en el mismo sentido que Andy Grove, el exdirector general de Intel, insinuó cuando describió lo que les ocurre a las empresas en tiempos tumultuosos: “Las malas compañías son destruidas por una crisis. Las buenas compañías sobreviven a ella. Las compañías de excelencia mejoran por su intermedio”. Al igual que las compañías de excelencia, los individuos de excelencia encuentran la manera de transformar la debilidad en fortaleza. Ésta es una proeza increíble, e incluso conmovedora. Tomaron aquello mismo que debía haberlos detenido —algo que quizá te detiene a ti en este momento— y lo utilizaron para progresar. Al final, esto es algo que todos los grandes hombres y mujeres de la historia tienen en común. Como el oxígeno para el fuego, los obstáculos se convirtieron en combustible para la hoguera de su ambición. Nada pudo detenerlos; eran (y siguen siendo) imposibles de desalentar o contener. Cada impedimento no sirvió para otra cosa que para hacer que el infierno dentro de ellos ardiera con mayor ferocidad. Esas personas usaron en su beneficio sus obstáculos. Pusieron en práctica las palabras de Marco Aurelio y siguieron a un grupo que Cicerón llamó de los “verdaderos filósofos” —los antiguos estoicos— aun si nunca los leyeron. * Poseían la capacidad de ver los obstáculos como lo que eran, el ingenio para vencerlos y la voluntad de soportar un mundo que en su mayor parte estaba más allá de su comprensión y control. Seamos francos. Es extraño que nosotros nos veamos en situaciones horribles que no podemos hacer más que aguantar. En cambio, arrastramos desventajas menores o nos atascamos en condiciones menos que favorables. O bien, intentamos hacer algo muy difícil y nos vemos rebasados, excedidos y faltos de ideas. Comoquiera que sea, se aplica la misma lógica: dale la vuelta, busca un beneficio, usa eso como combustible. Es muy simple. Simple pero, desde luego, no fácil. Éste no es un libro desbordante y vagamente optimista. No es un libro que te recomiende negar que las cosas están mal cuando así lo están o poner la otra mejilla cuando has sido completamente avasallado. No contiene refranes populares ni hermosos pero ineficaces proverbios.
Tampoco es un estudio académico ni una historia del estoicismo. Abundan los libros sobre el estoicismo, escritos muchos de ellos por algunos de los más grandes y sabios pensadores de la historia. No hay necesidad de reescribir lo que ellos ya dejaron asentado; lee los originales. No hay textos filosóficos más accesibles que ésos. Parecerían haber sido escritos en el último año, no en el último milenio. Sin embargo, hice todo lo posible por recolectar, comprender y ahora publicar sus lecciones y trucos. A la filosofía antigua nunca le interesó mucho la autoría o la originalidad; todos los autores se empeñaban en traducir y explicar la sabiduría de los grandes tal como éstos la habían transmitido en libros, diarios, canciones, poemas e historias, todos ellos perfeccionados en el crisol de la experiencia humana durante miles de años. Esta obra compartirá contigo ese saber colectivo para ayudarte a que cumplas la muy específica y cada vez más urgente meta que todos compartimos: la de vencer los obstáculos que se nos presentan. Obstáculos mentales, obstáculos físicos, obstáculos emocionales, obstáculos percibidos. Los enfrentamos todos los días y nuestra sociedad se ve colectivamente paralizada por ellos. Si todo lo que este libro hace es facilitar un poco el enfrentamiento y desmantelamiento de esos escollos, será suficiente. Pero mi propósito es más alto. Quiero mostrarte el camino para convertir cada obstáculo en una ventaja. Éste será entonces un libro de implacable pragmatismo y anécdotas históricas que ilustran el arte de la incansable persistencia y el ingenio infatigable. Te enseñará a destrabarte, liberarte y desatarte. A transformar las muchas situaciones negativas que encontramos en la vida en positivas, o al menos a arrancar de ellas todos los beneficios que podamos. A extraer buena suerte de la mala. Esto no se reduce a “¿Cómo puedo pensar que algo no es tan malo?”. También consiste en convencerte de ver que algo debe ser bueno, una oportunidad para afianzarte, avanzar o seguir una dirección mejor. No se trata de que aprendas a “ser positivo”, sino a ser incesantemente creativo y oportuno. No: Esto no es tan malo. Sino: Puedo convertirlo en algo bueno. Porque esto último es posible. En efecto, se ha hecho en el pasado y se hace aún ahora. Todos los días. Ése es el poder que este libro liberará. Los obstáculos frente a nosotros
De acuerdo con un antiguo relato zen, un rey descubrió que su pueblo se había vuelto blando y engreído. Insatisfecho con ese estado de cosas, esperaba poder darle una lección. Su plan era muy simple: pondría una roca enorme en la calle principal que impidiera por completo entrar en la ciudad. Después se ocultaría cerca y observaría las reacciones de la gente. ¿Cómo respondería ésta? ¿Se uniría para retirar la piedra, o se desanimaría, se apartaría y volvería a casa? Con creciente desconcierto, el rey vio que, uno tras otro, sus súbditos se topaban con ese impedimento y se marchaban. O que, en el mejor de los casos, intentaban sin entusiasmo vencerlo antes de rendirse. Muchos se quejaban francamente, maldecían al rey o a su mala suerte, o lamentaban la incomodidad de ese incidente, pero nadie consiguió hacer nada para remediarlo. Días más tarde, un campesino de viaje en la ciudad no se apartó de la roca. En cambio, hizo un gran esfuerzo para tratar de hacerla a un lado y entonces se le ocurrió una idea: recorrería el bosque vecino en busca de algo que pudiera usar como palanca. Por fin, retornó con una rama muy grande que había tallado hasta darle forma de garrocha y la utilizó para destrabar la inmensa piedra del camino. Debajo de la roca encontró una alforja con monedas de oro y una nota del rey que decía: El obstáculo en el camino se convierte en el camino. Nunca olvides que dentro de cada obstáculo hay una oportunidad para mejorar nuestra condición. ¿Qué te impide avanzar? ¿Lo físico? Tu estatura, tu raza, la distancia, la discapacidad, el dinero. ¿Lo mental? El temor, la incertidumbre, la inexperiencia, el prejuicio. Quizá la gente no te toma en serio. O te sientes ya demasiado viejo. O careces de apoyo o suficientes recursos. Tal vez las leyes o reglamentos restringen tus opciones. O lo mismo hacen tus obligaciones. O las metas falsas y el dudar de ti. Sea lo que fuere, aquí estás. Aquí estamos todos. Y... Ésos son obstáculos. Lo entiendo. Nadie lo niega. Pero ve la lista de quienes te antecedieron. Atletas demasiado bajos de estatura. Pilotos cuya vista no era buena. Soñadores adelantados a su época. Miembros de esta raza o aquella. Desertores y disléxicos. Bastardos, inmigrantes, nuevos ricos, detallistas, creyentes y soñadores. O quienes salieron
de la nada o, peor todavía, de lugares donde su existencia misma estaba amenazada todos los días. ¿Qué fue de ellos? Bueno, muchos se dieron por vencidos. Pero algunos no. Tomaron como un desafío la obligación de ser “el doble de aptos”. Practicaron más. Buscaron atajos y puntos débiles. Discernieron aliados entre desconocidos. Deambularon un poco. Todo era un obstáculo que debían vencer. ¿Y eso qué? Que dentro de esos obstáculos había una oportunidad. Y la aprovecharon. Hicieron algo especial gracias a eso. Nosotros podemos aprender de ellos. Sea que tengamos dificultades para conseguir empleo y luchar contra la discriminación o que estemos bajos de fondos, estancados en una mala relación, entrampados con un agresivo adversario, en problemas para comunicarnos con un empleado o alumno, o en medio de un bloqueo creativo, debemos saber que hay una salida. Cuando nos vemos frente a la adversidad, podemos convertirla en una ventaja, basados en el ejemplo de todas aquellas personas. Todas las grandes victorias en la política, los negocios, el arte o la seducción han implicado resolver angustiosos problemas con un potente coctel de creatividad, concentración y valentía. Cuando tienes una meta, los obstáculos te enseñan a llegar adonde quieres, a abrirte camino. “Lo que estorba”, escribió Benjamin Franklin, “forja.” Hoy, la mayoría de nuestros obstáculos son internos, no externos. Desde la Segunda Guerra Mundial hemos vivido en una de las épocas más prósperas de la historia. Hay menos ejércitos que combatir, menos enfermedades mortales y más redes de protección. Pero todavía es raro que el mundo haga exactamente lo que queremos. En lugar de hacer frente a enemigos, padecemos una tensión interior. Sufrimos de frustración profesional. Tenemos expectativas insatisfechas. Padecemos una indefensión adquirida. Y aún tenemos las agobiantes emociones que los seres humanos hemos tenido siempre: dolor, aflicción, pérdida. Muchos de nuestros problemas proceden de tener demasiado: una rápida transformación tecnológica, alimentos chatarra, tradiciones que nos señalan la manera en la que supuestamente deberíamos vivir. Somos blandos, engreídos y temerosos del conflicto. Los buenos tiempos son debilitadores. La abundancia puede ser su propio obstáculo, como muchas personas pueden atestiguar. Nuestra generación necesita más que nunca un método para vencer obstáculos y prosperar en medio del caos. Un método que nos ayude a cambiar el signo de nuestros problemas y a usarlos como lienzos sobre los cuales ejecutar
nuestras obras maestras. Este enfoque flexible es apto para un emprendedor o un artista, un conquistador o un entrenador, y así tengas problemas como escritor, erudito o mamá que trabaja y tiene que arreglárselas para poder llevar a su hijo a sus entrenamientos de futbol. La forma de vencerlos Juicio objetivo en este instante. Acción desinteresada en este instante. Voluntaria aceptación en este instante de cuanto ocurre. Eso es todo lo que necesitas. MARCO AURELIO Vencer obstáculos es una disciplina en tres pasos capitales. Comienza con la forma en que miramos nuestros problemas específicos, con nuestra actitud o enfoque; prosigue con la energía y creatividad con que los acometemos y los convertimos en oportunidades, y concluye con el cultivo y mantenimiento de una voluntad interior que nos permita manejar la derrota y la dificultad. Hablamos así de tres disciplinas interdependientes, interrelacionadas y fluidamente contingentes: percepción, acción y voluntad. Es un proceso simple (pero no fácil, insisto). Seguiremos el uso de este proceso por sus practicantes a lo largo de la historia, los negocios y la literatura. Conforme examinemos ejemplos específicos de cada paso desde todos los ángulos, aprenderemos a inculcar en nosotros esa actitud y a apropiarnos de su ingenio, con lo que descubriremos cómo crear nuevas posibilidades cada vez que se cierra una puerta. De los relatos de los practicantes aprenderemos a manejar los obstáculos más comunes —sea que estemos expuestos o encerrados, el tipo de obstáculos que han obstruido a la gente desde siempre— y a aplicar a nuestra vida el método general de esos practicantes. Porque los obstáculos no sólo son de esperar; también hay que aceptarlos. ¿Aceptarlos? Sí, puesto que en realidad son oportunidades para probarnos a nosotros mismos, intentar cosas nuevas y, en definitiva, triunfar. El obstáculo es el camino.
* Aunque soy de la opinión de que el estoicismo es una filosofía fascinante y trascendente, entiendo que vives en la realidad y que no tienes tiempo para una lección de historia. Lo que necesitas son estrategias reales que te ayuden a resolver tus problemas, así que a eso se dedica este libro. Si deseas recursos adicionales y lecturas recomendadas sobre el estoicismo, te proveeré de ellos en la lista de lecturas al final de este volumen.
Primera parte Percepción ¿Qué es la percepción? Es la forma en que vemos y entendemos lo que sucede a nuestro alrededor, y lo que decidimos que esos hechos significarán. Nuestras percepciones pueden ser una fuente de fortaleza o de gran debilidad. Si somos impulsivos, subjetivos y miopes, sólo contribuiremos a nuestros problemas. Para que el mundo que nos rodea no nos abrume, debemos aprender a limitar nuestras pasiones y el control que ejercen sobre nuestra vida, tal como lo hacían los antiguos. Requiere habilidad y disciplina librarse de las plagas de las malas percepciones, distinguir entre señales confiables y engañosas y eliminar prejuicios, expectativas y temores. Pero vale la pena intentarlo, porque lo que queda después de todo esto es la verdad. Mientras otros se emocionan o asustan, nosotros permaneceremos tranquilos e imperturbables. Veremos las cosas simple y directamente, como son, ni buenas ni malas. Ésta será una ventaja increíble para nosotros en nuestra lucha contra los obstáculos.
La disciplina de la percepción Antes de que llegara a ser un magnate petrolero, John D. Rockefeller fue contador e inversionista en ciernes, un efímero financiero en Cleveland, Ohio. Hijo de un delincuente alcohólico que había abandonado a su familia, el joven Rockefeller obtuvo su primer empleo en 1855, a los dieciséis años de edad (fecha que en lo sucesivo él celebró como “Día del Trabajo”). En ese entonces le bastaba con ganar cincuenta centavos de dólar al día. Pero después llegó la crisis. Específicamente, la crisis de 1857, una honda depresión económica nacional que tuvo su origen en Ohio y sacudió en particular a Cleveland. La quiebra de numerosas empresas y el desplome del precio de los cereales en todo el país interrumpieron pronto la expansión al oeste. El resultado fue una depresión devastadora que se prolongó varios años. Rockefeller pudo haberse alarmado. La mayor depresión del mercado hasta entonces lo acometió justo cuando por fin empezaba a comprender los negocios. Pudo haber corrido como su padre. Pudo haber dejado por completo las finanzas en favor de una carrera menos riesgosa. Pero a pesar de ser tan joven, tenía sangre fría: una serenidad inquebrantable bajo una intensa presión. Era capaz de no perder la cabeza aun si perdía la camisa. Mejor aún, no perdió la cabeza mientras todos los demás se volvían locos. En lugar de lamentar aquel trastorno económico, Rockefeller observó con atención esos importantes acontecimientos. Casi perversamente, decidió considerar todo como una oportunidad de aprendizaje, una iniciación en el mercado. Ahorró en silencio y advirtió qué hacían mal los demás. Vio las debilidades de la economía que muchos daban por sentadas, y entendió que esto los dejaba incapacitados para los cambios o las sacudidas. Interiorizó una valiosa lección que conservaría siempre: el mercado era
inherentemente impredecible, y a menudo malévolo; sólo una mente racional y disciplinada podía sacar provecho de él. Se dio cuenta de que la especulación llevaba al desastre y de que debía ignorar en todo momento a la “insensata multitud” y sus inclinaciones. Puso en práctica de inmediato esas ideas. Cuando tenía veinticinco años, un grupo de inversionistas le propuso poner quinientos mil dólares bajo su cuidado si era capaz de señalarles los pozos petroleros convenientes. Agradecido por esa oportunidad, visitó los campos petroleros vecinos. Días más tarde disgustó a sus patrocinadores al regresar a Cleveland con las manos vacías y sin haber gastado ni invertido un solo dólar de sus fondos. No creía que aquél fuera el momento oportuno, por entusiasta que fuese el resto del mercado, así que devolvió el dinero y se mantuvo lejos de la perforación petrolera. Esa firme autodisciplina y objetividad fue lo que le permitió aprovechar un obstáculo tras otro en su vida, durante la Guerra Civil y en las crisis económicas de 1873, 1907 y 1929. Como él mismo señaló en una ocasión, tendía a ver la oportunidad contenida en cada desastre, a lo cual podríamos añadir que poseía la fuerza necesaria para resistir toda tentación o conmoción, por seductora que fuera y en cualquier situación. Veinte años después de esa primera crisis, Rockefeller controlaba ya por sí solo noventa por ciento del mercado petrolero. Sus codiciosos competidores habían sucumbido. Sus nerviosos colegas habían vendido sus acciones y abandonado el sector. Sus pusilánimes detractores habían desertado. Durante el resto de su vida, cuanto mayor era el caos, más tranquilo se mostraba él, en particular cuando quienes lo rodeaban caían presa del pánico o la codicia. Hizo gran parte de su fortuna en esas fluctuaciones del mercado, porque veía lo que los demás eran incapaces de percibir. Esa sagacidad pervive hoy en el famoso adagio de Warren Buffet: “Teme cuando otros codicien, codicia cuando otros teman”. Como todos los grandes inversionistas, Rockefeller conseguía resistir el impulso en favor de un frío y duro sentido común. Impresionado por su imperio, un crítico describió el consorcio Standard Oil como una “mítica criatura proteica” capaz de metamorfosearse en cada intento por los competidores o el gobierno de desmantelarlo. Aunque eso se dijo como una crítica, en realidad hablaba de la resistente, adaptable, serena y brillante personalidad de Rockefeller. Nada lo perturbaba: ni la crisis económica, ni un seductor espejismo de falsas oportunidades, ni enemigos agresivos y bravucones y ni siquiera los fiscales federales (quienes sufrían cuando lo interrogaban, porque él nunca mordía el anzuelo, ni se ponía a la defensiva ni se alteraba).
¿Había nacido de esa forma? No. Aquélla era una conducta adquirida. Y él aprendió en alguna parte la lección de la disciplina. Esto se inició en la crisis de 1857, en lo que él mismo llamó la “escuela de la adversidad y el estrés”. “¡Dichosos los jóvenes que deben luchar para tender los cimientos de su propia vida!”, dijo una vez. “Jamás dejaré de agradecer mis tres años y medio de aprendizaje y las dificultades que tuve que vencer a lo largo del camino.” Por supuesto que muchas otras personas experimentaron también esos riesgosos tiempos; todas ellas asistieron a la misma escuela de complicaciones. Pero pocas reaccionaron como él. No muchas se habían preparado para ver oportunidades en los obstáculos; para entender que lo que les sucedía no era una desgracia irreparable, sino un regalo instructivo, la posibilidad de aprender de un raro momento en la historia económica. Tropezarás con muchos obstáculos en la vida, merecidos e inmerecidos. Y una y otra vez descubrirás que lo importante no es qué son esos obstáculos, sino cómo los ves, cómo reaccionas a ellos y que mantengas la calma. Aprenderás que esta reacción determinará que tengas éxito o no en superar esos escollos, e incluso en prosperar gracias a ellos. Donde alguien ve una crisis, otro puede ver una oportunidad. Donde alguien es cegado por el éxito, otro ve la realidad con una objetividad despiadada. Donde uno pierde el control de las emociones, otro permanece tranquilo. Desesperación, desesperanza, temor, impotencia: estas reacciones dependen de nuestra percepción. Date cuenta de que nada nos obliga a sentir eso; nosotros decidimos ceder a esas sensaciones. O, como Rockefeller, decidimos no hacerlo. Justo de esa divergencia —entre cómo percibía su entorno y cómo suele hacerlo el resto del mundo— nació su casi incomprensible éxito. Su cautelosa seguridad en sí mismo era una forma increíble de poder: el de percibir lo que otros consideraban negativo como algo por abordar racional y claramente, y sobre todo como una oportunidad, no algo que temer o lamentar. Rockefeller es más que una mera analogía. Nosotros vivimos nuestra propia Edad de Oro. En menos de una década hemos experimentado dos grandes burbujas económicas, el desmoronamiento de industrias enteras y la perturbación de muchas vidas. Todo esto nos produce una sensación de inmensa injusticia. Vuelcos financieros, descontento civil, adversidad. La gente está asustada y desanimada, molesta e intranquila, y se congrega en Zuccotti Park o en comunidades en línea. Y así es como debe ser, ¿no?
No necesariamente. Las apariencias engañan. Lo que está detrás y debajo de ellas es lo que importa. Podemos aprender a percibir las cosas de otra manera, a traspasar las ilusiones que otros creen o temen. Podemos dejar de ver como “problemas” las dificultades que están frente a nosotros. Podemos aprender a concentrarnos en lo verdadero. Muy a menudo reaccionamos emocionalmente, nos desanimamos y perdemos la perspectiva. Todo esto convierte lo malo en algo peor. Percepciones inútiles pueden invadir nuestra mente —ese lugar sagrado de la razón, la acción y la voluntad— y desorientarnos. Nuestro cerebro evolucionó para un entorno muy distinto del que hoy habitamos. En consecuencia, cargamos un bagaje biológico muy diverso. Los seres humanos somos aún expertos en detectar peligros y amenazas que ya no existen; piensa en el sudor frío que sientes cuando pasas por dificultades económicas, o en la respuesta de pelear o huir que irrumpe en ti cuando tu jefe te habla a gritos. Nuestra seguridad no está en riesgo en este caso —no moriremos de hambre ni estallará la violencia—, pese a que así nos lo parezca en ocasiones. Podemos decidir cómo responder a situaciones como ésas (o cualquier otra). Podemos dejarnos llevar ciegamente por tales sensaciones primitivas o entenderlas y aprender a eliminarlas. La disciplina de la percepción te permite ver con claridad la ventaja y curso de acción correcto en toda situación, sin la pestilencia del pánico o el temor. Rockefeller comprendió esto y se quitó los grilletes de las percepciones malas y destructivas. Perfeccionó la aptitud de controlar, canalizar y entender esas señales. Esto era como un superpoder, porque la mayoría no tiene acceso a esa parte de sí misma, es esclava de impulsos e instintos que jamás ha cuestionado. Podemos ver racionalmente el desastre. O como Rockefeller, podemos ver una oportunidad en cada desastre y transformar esa situación negativa en una educación, un conjunto de habilidades o una fortuna. Bien visto, todo lo que sucede —sea un colapso económico o una tragedia personal— es una posibilidad de avanzar, así se trate de una circunstancia imprevista. Hay algunas cosas por tener en mente cuando enfrentamos un obstáculo que parece insuperable. Debemos tratar de: • Ser objetivos
• Controlar nuestras emociones y mantener la calma • Optar por ver lo bueno en cada situación • Calmar nuestros nervios • Ignorar lo que molesta o limita a otros • Poner las cosas en perspectiva • Volver al presente • Concentrarnos en lo que podemos controlar Así es como podrás ver una oportunidad en un obstáculo. Pero esto no ocurre solo. Es un proceso, que resulta de la autodisciplina y la lógica. Y esa lógica está a tu disposición. Lo único que falta es que la utilices.
Reconoce tu fuerza Si decides no ser lastimado, no te sentirás así. Y si no te sientes lastimado es que no lo estás. MARCO AURELIO Rubin “Hurricane” Carter, distinguido aspirante al título de los pesos medianos, fue injustamente acusado a mediados de la década de 1960, en el pináculo de su carrera boxística, de un crimen espantoso: triple homicidio. Sometido a juicio, recibió un veredicto sesgado e inmerecido: tres cadenas perpetuas. Ésa fue una vertiginosa caída de las alturas del éxito y la fama. Carter se presentó en prisión ataviado con un costoso traje a la medida, un anillo con un diamante de cinco mil dólares y un reloj de oro. Mientras esperaba a que se le combinara con la población carcelaria, pidió hablar con el director. Mirando a éste a los ojos, procedió a informarle que no renunciaría a lo último que le quedaba: él mismo. En su memorable declaración, le dijo: “Sé que usted no tuvo nada que ver con la injusticia que me ha traído a la cárcel, así que estoy dispuesto a permanecer aquí hasta el final. Pero por ningún motivo permitiré que se me trate como prisionero, porque no soy y nunca seré una persona indefensa”. En vez de desplomarse —como habrían hecho muchos en esa terrible situación—, Carter se negó a renunciar a libertades innatamente suyas: su actitud, sus creencias, sus decisiones. Así lo arrojaran en prisión o lo tuviesen en reclusión solitaria semanas enteras, aseguró que aún era capaz de decidir, algo que no podrían arrebatarle como lo habían hecho con su libertad física. ¿Estaba enojado por lo ocurrido? Desde luego; estaba furioso. Pero como
sabía que el enojo no era constructivo, se rehusó a enfurecerse. Se rehusó a doblegarse, envilecerse o desesperarse. No usaba uniforme, no consumía la comida de la cárcel, no aceptaba visitas, no asistía a las audiencias de libertad condicional ni trabajaba en el comedor para reducir su sentencia. Además, no permitía que lo tocaran. Nadie podía ponerle una mano encima, a menos que quisiera pelea. Todo esto perseguía un propósito: dedicar cada segundo de su energía a su defensa. Consagraba cada minuto a leer, sobre derecho, filosofía, historia. Nadie iba a arruinarle la vida; lo habían metido donde no merecía estar, y no tenía intención de permanecer ahí. Aprendería, leería y sacaría el máximo provecho del tiempo de que disponía. Saldría de la cárcel no sólo como un individuo libre e inocente; también como un hombre mejor. Fueron necesarios diecinueve años y dos juicios para invalidar aquel veredicto, pero cuando Carter dejó la prisión, simplemente reanudó su vida. No emprendió un juicio para que lo indemnizaran, y ni siquiera pidió una disculpa al tribunal. Para él, eso habría implicado admitir que se le había arrancado algo, y él jamás lo había visto así, aun en lo más oscuro de su reclusión solitaria. Había tomado una decisión: “Esto no me afectará. Habría preferido que no sucediera, pero yo decido cómo influirá en mí; nadie más tiene ese derecho”. Nosotros mismos decidimos qué haremos con cada situación. Si nos destruirá o resistiremos. Si la aceptaremos o rechazaremos. Nadie puede obligarnos a rendirnos ni a creer en algo que es falso (como que una situación resulta irremediable o imposible de mejorar). Tenemos absoluto control sobre nuestras percepciones. Alguien puede meternos a la cárcel, etiquetarnos, privarnos de nuestras pertenencias, pero nadie controlará nunca nuestros pensamientos, creencias y reacciones. Lo cual quiere decir que jamás estamos completamente indefensos. Incluso en la cárcel, en medio de incontables privaciones, algunas libertades perduran. Tu mente sigue en tu poder (si eres afortunado, dispones de libros) y tienes tiempo, mucho tiempo. Carter no tenía mucho poder, pero comprendía que eso no era lo mismo que estar indefenso. Muchas grandes figuras, de Nelson Mandela a Malcolm X, entendieron esa distinción fundamental. Gracias a eso convirtieron la cárcel en el taller donde se transformaron y en la escuela donde transformaron a otros. Si una sentencia injusta puede ser no sólo atenuada, sino también transformadora y beneficiosa, nada de lo que experimentemos será infructuoso.
De hecho, si mantenemos nuestro buen juicio, podemos retroceder y recordar que, por sí misma, ninguna situación es buena o mala. Esta idea es algo que, como seres humanos, introducimos en nuestras circunstancias gracias a nuestra percepción. Para una persona, una situación puede ser negativa. Para otra, la misma situación podría ser positiva. “Nada es bueno o malo; pensar que lo es lo vuelve así”, dijo Shakespeare. Laura Ingalls Wilder, autora de la clásica serie de libros La casa de la pradera, puso en práctica esa idea mientras enfrentaba algunos de los más difíciles y despiadados elementos del planeta: una tierra árida e infértil, un territorio indio, las llanuras de Kansas y las húmedas regiones de Florida. No dio cabida al temor ni al cansancio, porque todo lo veía como una aventura. En cualquier parte era posible hacer algo nuevo, perseverar con un espíritu alegre y pionero ante cualquier cosa que el destino les deparara a su esposo y a ella. Esto no quiere decir que ella viese el mundo color de rosa. Simplemente eligió ver cada situación como lo que podía ser, junto con un arduo trabajo y un espíritu optimista. Otros toman la decisión opuesta. En cuanto a nosotros, nos basta con enfrentar cosas que distan mucho de ser tan intimidantes y pronto decidimos que estamos fritos. Así es como los obstáculos se convierten en obstáculos. En otras palabras, nuestra percepción de los acontecimientos nos vuelve cómplices de la creación —y destrucción— de cada uno de nuestros obstáculos. No hay bien ni mal fuera de nosotros, sólo percepción. Hay sucesos, y la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre su significado. Este pensamiento lo cambia todo, ¿no es cierto? Si un compañero de trabajo comete por descuido un error que te hace perder ventas, quizás esto sea lo que has dedicado tanto tiempo y esfuerzo a evitar, pero podría ser también, con un cambio de percepción, justo lo que buscabas: la posibilidad de traspasar defensas e impartir una lección que sólo puede aprenderse con la experiencia. Un error se convierte en enseñanza. El suceso no cambia: alguien falló. Pero la evaluación y el resultado son distintos. Este enfoque te da una ventaja; el otro te hace sucumbir al enojo o al temor. Que tu mente te diga que algo es horrible, malo, imprevisto o negativo no significa que debas estar de acuerdo. Que otros digan que algo es irremediable, absurdo o desastroso no significa que lo sea. Nosotros decidimos qué historia nos contamos. O si nos contamos alguna para comenzar.
Bienvenido al poder de la percepción. Ésta se aplica a toda situación y es imposible de obstruir. Lo único que podemos hacer es renunciar a ella. Y eso es decisión tuya.
Calma tus nervios Lo que un hombre así necesita no es valentía, sino controlar sus nervios, una fría obstinación. Esto sólo se obtiene con la práctica. THEODORE ROOSEVELT Ulysses S. Grant posó en una ocasión para el famoso fotógrafo de la Guerra Civil, Mathew Brady. El estudio estaba demasiado oscuro, así que Brady envió a la azotea a un asistente para que dejara al descubierto un tragaluz. El asistente resbaló y destrozó aquél. Los espectadores vieron horrorizados que pedazos de cristal de cinco centímetros de largo caían del techo como dagas y estallaban alrededor de Grant, cada uno de ellos más que suficiente para inducir un desenlace fatal. Cuando los últimos pedazos cayeron al suelo, Brady volteó y vio que Grant no se había movido. Estaba ileso. El general miró el agujero en el techo y después volvió a ver a la cámara, como si no hubiera pasado nada en absoluto. Durante la campaña terrestre, Grant inspeccionaba la escena con unos binoculares cuando explotó una granada enemiga que mató al caballo junto a él. Mantuvo fija la mirada en el frente, sin dejar un instante los binoculares. En otra ocasión en la que Grant se encontraba en City Point, el cuartel general de la Unión, cerca de Richmond, las tropas descargaban un buque de vapor que de repente hizo erupción. Todo mundo se echó pecho tierra, menos Grant, a quien se vio correr hacia la escena de la explosión mientras escombros, granadas y hasta cadáveres caían del cielo. Así es un hombre que se controla adecuadamente. Así es un hombre que
tiene una misión que cumplir y que lo soporta todo para conseguirlo. Eso es el temple. Pero de regreso a nuestra vida... Nosotros somos un manojo de nervios. Competidores asedian nuestros negocios. Problemas inesperados asoman súbitamente la cabeza. Nuestro mejor empleado renuncia sin previo aviso. El sistema de computación no puede manejar la carga que le hemos impuesto. Estamos fuera de nuestra zona de confort. El jefe nos obliga a hacerlo todo. Todo cae y resuena en torno nuestro justo cuando sentimos que ya no podemos manejarlo. ¿Bajamos la mirada, ignoramos eso? ¿Parpadeamos una o dos veces y redoblamos nuestra concentración? ¿O nos sentimos trastornados? ¿Intentamos disipar con medicamentos esas sensaciones “malas”? Y eso es sólo lo que sucede sin querer. Porque no hay que olvidar que siempre hay personas deseosas de atraparte. Que te quieren intimidar. Desconcertar. Presionarte para que tomes una decisión antes de que tengas toda la información que necesitas. Quieren que pienses y actúes a su modo, no al tuyo. Así que la pregunta es: ¿vas a permitírselo? Cuando apuntamos alto, es inevitable que haya estrés y presiones. Que sucedan cosas que nos tomen desprevenidos, nos amenacen o atemoricen. Las sorpresas (sobre todo las desagradables) están casi aseguradas. El riesgo de que nos sintamos abrumados siempre está presente. En esas situaciones, el talento no es la característica más socorrida, sino la firmeza y el aplomo, porque estos dos atributos preceden a la oportunidad de poner en juego cualquier otra destreza. Debemos poseer, como explicó Voltaire, sobre el secreto del gran éxito militar del primer duque de Marlborough, ese “tranquilo valor en medio del tumulto y serenidad de alma en el peligro, que los ingleses llaman cabeza fría”. Más allá de cuánto sea el verdadero riesgo que corremos, el estrés puede ponernos en las garras de nuestras más bajas —y temibles— reacciones instintivas. No pienses ni por un segundo que la firmeza, el aplomo y la serenidad son los sutiles atributos de un aristócrata. A fin de cuentas, el temple es cuestión de desafío y control. Como cuando dices: Me niego a reconocer eso. No acepto que se me intimide. Resisto la tentación de declarar que esto es un fracaso.
Sin embargo, el temple también es cuestión de aceptación: Supongo que es algo que está en mí. No puedo darme el lujo de permitir que esto me sacuda ni de repetir voces de alarma en mi cabeza. Estoy muy ocupado y demasiadas personas cuentan conmigo. Desafío y aceptación conviven adecuadamente en el siguiente principio: siempre hay un contrataque, siempre una escapatoria o salida, así que no hay razón para alterarse. Nadie dijo que esto sería fácil y desde luego que es mucho lo que está en juego, pero el camino está justo ahí para quienes estén dispuestos a seguirlo. Eso es lo que debemos hacer. Y sabemos que será difícil, incluso tal vez aterrador. Pero estamos listos para eso. Somos serios y formales y no nos atemorizaremos. Esto significa que debemos prepararnos para las realidades de nuestra situación y tranquilizarnos para que podamos dar lo mejor de nosotros. Armarnos de valor. Librarnos de lo malo cuando ocurra y reafirmarnos; mirar al frente como si nada hubiera pasado. Porque esto es cierto, como ya sabes. Si mantienes tu temple, en realidad no “pasó” nada; nuestra percepción se aseguró de que aquello no fuera nada de importancia.
Controla tus emociones Si deseas tener un gran imperio, gobiérnate a ti mismo. PUBLIO SIRO Cuando Estados Unidos entró en la contienda por enviar a los primeros hombres al espacio, se enseñó a los astronautas una habilidad sobre cualquier otra: el arte de no alarmarse. Cuando la gente se alarma, comete errores. Deshabilita los sistemas. Hace a un lado los procedimientos, ignora las reglas. Se desvía del plan. Se vuelve insensible y deja de pensar con claridad. Sólo reacciona, no a lo que debe, sino a las hormonas de la supervivencia que corren por sus venas. Bienvenido a la fuente de la mayoría de nuestros problemas en la Tierra. Todo se planea en gran detalle, pero de pronto algo marcha mal y lo primero que hacemos es cambiar nuestro plan por un desahogo emocional. Algunos de nosotros casi anhelamos hacer sonar la alarma, porque eso es más fácil que lidiar con lo que nos mira de frente. A 250 kilómetros sobre la superficie terrestre, en una nave espacial más pequeña que un Volkswagen, eso es la muerte. El pánico es el suicidio. Así que debemos aprender a eliminarlo. Y eso no es fácil. Antes del primer lanzamiento, la NASA creó una y otra vez ese fatídico día para los astronautas, paso a paso: desde lo que desayunarían hasta el trayecto a la plataforma de despegue. Poco a poco, en una serie gradual de “exposiciones”, los astronautas fueron introducidos a cada imagen y sonido de la experiencia de su despegue al espacio. Lo hicieron tantas veces que eso se volvió tan natural y conocido como respirar. Lo practicaban todo, sin dejar nada fuera más que el
lanzamiento mismo, para garantizar que despejaran cada variable y se deshicieran de toda la incertidumbre. La incertidumbre y el miedo se alivian con la autoridad. La capacitación es autoridad. Es una válvula de escape. Con suficiente exposición, puedes descartar los ordinarios y hasta innatos temores que proceden sobre todo del desconocimiento. Por fortuna, el desconocimiento es simple (no fácil) de resolver, lo que vuelve posible aumentar nuestra tolerancia al estrés y la incertidumbre. John Glenn, el primer astronauta estadunidense en orbitar la Tierra, pasó casi un día en el espacio con un ritmo cardiaco de menos de cien pulsaciones por minuto. Ése era un hombre no sólo sentado a los controles de la cápsula, sino que también controlaba sus emociones. Un hombre que había cultivado apropiadamente lo que Tom Wolfe llamaría más tarde “lo que hay que tener”. Pero tú... enfrentas a un cliente o a un desconocido en la calle y sientes que el corazón se te sale del pecho, o se te pide que te dirijas a una multitud y el estómago se te hace añicos. Es momento de darse cuenta de que eso es un lujo, una concesión a nuestro ser inferior. En el espacio, la diferencia entre la vida y la muerte está en la regulación emocional. Oprimir el botón equivocado, leer incorrectamente el tablero de instrumentos, ejecutar una secuencia con demasiada anticipación: nada de esto podría haberse permitido en una exitosa misión del Apollo; las consecuencias habrían sido desastrosas. Así, la pregunta para los astronautas no era “¿Qué tan calificado estás como piloto?”, sino “¿Puedes mantener un ánimo sereno? ¿Puedes combatir el impulso de alarmarte y concentrarte en cambio en lo que eres capaz de modificar, en la tarea urgente?”. En la vida es igual. Los obstáculos nos vuelven impulsivos, pero la única manera en que los sobreviviremos o venceremos consiste en mantener bajo control nuestras emociones y tranquilizarnos pase lo que pase, independientemente de las fluctuaciones de los sucesos externos. Los griegos tenían una palabra para eso: apathéia. Se trata de la ecuanimidad que procede de la ausencia de emociones irracionales o extremas. No de la completa pérdida de sensibilidad, sino de la pérdida de la que es dañina e inútil. No le des entrada a la negatividad, no permitas que esas emociones se disparen siquiera. Di nada más: No, gracias. No puedo darme el lujo de alarmarme.
Ésta es la habilidad que debes cultivar —estar libre de molestias y perturbaciones— para concentrar exclusivamente tu energía en resolver tus problemas, no en reaccionar a ellos. Un correo electrónico urgente de tu jefe. Un sujeto insufrible en un bar. Una llamada del banco: tu financiamiento fue rechazado. Alguien que toca a la puerta; hubo un accidente. Como escribe Gavin de Becker en The Gift of Fear: “Cuando estés preocupado, pregúntate: ‘¿Qué decido no ver en este momento?’. ¿Qué cosas importantes pasas por alto al haber optado por la preocupación sobre la introspección, la alerta o la sabiduría?”. Para decirlo de otra manera: ¿tu desasosiego te ofrece más opciones? A veces lo hace. Pero ¿en este caso? No, supongo que no. Entonces... Si una emoción no puede modificar la condición o situación que enfrentas, es probable que sea una emoción inútil. O muy posiblemente, destructiva. Pero así es como me siento. De acuerdo, nadie dijo que no debías sentir nada. Nadie dijo que no debes llorar. Olvídate de la “hombría”. Si debes tomarte un momento, hazlo sin la menor duda. La verdadera fortaleza radica en el control o, como lo expresó Nassim Taleb, la domesticación de nuestras emociones, no en pretender que no existen. Así que siéntelas. Sólo no confundas emocionarte por un problema con enfrentarlo. Porque son dos cosas tan distintas como dormir y estar despierto. Siempre es posible que te recuerdes: Soy yo quien tiene el control, no mis emociones. Sé qué ocurre aquí. No voy a conmocionarme ni a molestarme. Vencemos las emociones con la lógica, o al menos ésa es la idea. La lógica radica en preguntas y afirmaciones. Con suficientes de ellas, llegamos a las causas últimas (que siempre son más fáciles de tratar). Perdimos dinero. ¿Acaso no son las pérdidas una parte muy común de los negocios? Sí. ¿Esas pérdidas son catastróficas? No necesariamente. Entonces esto no es del todo inesperado, ¿verdad? ¿Cómo podría ser tan malo eso? ¿Por qué te alteras tanto por algo que se supone que debe
ocurrir al menos de vez en cuando? Bueno... este...yo... No sólo eso. Además, has lidiado con situaciones peores que ésa. ¿No sería mejor que aplicaras algo de esa habilidad en lugar de enojarte? Intenta tener esa conversación contigo mismo y ve si esas emociones extremas se sostienen. Ten la seguridad de que no durarán mucho tiempo. Después de todo, es probable que no mueras por nada de eso. Quizá sea útil que te repitas siempre que sientas aproximarse un ataque de ansiedad: No voy a morir a causa de eso. No voy a morir a causa de eso. No voy a morir a causa de eso. O prueba la pregunta de Marco Aurelio: ¿Lo que sucedió te impide actuar con justicia, generosidad, control de ti mismo, cordura, prudencia, sinceridad, humildad y franqueza? No. ¡Entonces vuelve al trabajo! Inconscientemente, deberíamos hacernos sin cesar esta pregunta: ¿Es necesario que entre en pánico por esto? Y la respuesta —como para los astronautas, los soldados, los médicos y muchos otros profesionales— debe ser: No, porque me preparé para esta situación y puedo controlarme. O bien No, porque soy dueño de mis emociones, y capaz de darme cuenta de que eso no aportaría nada constructivo.
Practica la objetividad No permitas que la fuerza de una impresión te derribe; sólo dile: “Un momento; quiero saber quién eres y qué representas. Te pondré a prueba”. EPICTETO La frase “Eso fue lo que pasó y es algo malo” consta en realidad de dos impresiones. La primera —“Eso fue lo que pasó”— es objetiva. La segunda —“es algo malo”— es subjetiva. Miyamoto Musashi, espadachín samurái del siglo XVI, ganó incontables combates con temibles adversarios, e incluso con varios de ellos al mismo tiempo, en los que estaba desarmado. En El libro de los cinco anillos señala la diferencia entre observar y percibir. El ojo perceptivo es débil, escribió; el ojo observador es fuerte. Musashi comprendía que el ojo observador ve simplemente lo que está ahí. El ojo perceptivo ve más de lo que está ahí. El ojo observador ve los hechos, libre de distracciones, exageraciones y percepciones equivocadas. El ojo perceptivo ve “obstáculos insuperables” o “grandes reveses”, o incluso sólo “dificultades”. Mete en la refriega sus propias complicaciones. Aquél es útil, éste no. Para parafrasear a Nietzsche, a veces ser superficial —considerar las cosas sólo a primera vista— es el enfoque más profundo. En nuestra propia vida, ¿cuántos problemas parecen provenir de aplicar juicios a cosas que no controlamos, como si éstas tuvieran que ser de determinada manera? ¿Qué tan a menudo vemos lo que pensamos que está ahí o
que debería estar, en lugar de lo que realmente está? Habiéndonos serenado y contenido nuestras emociones, podemos ver las cosas como son. Podemos hacer eso con el uso de nuestro ojo observador. Las percepciones son el problema. Nos dan la “información” que no necesitamos, justo en el momento en el que sería mucho mejor que nos concentráramos en lo que está frente a nosotros: el lance de una espada, una negociación crucial, una oportunidad, un destello de discernimiento o de cualquier otra cosa. Todo en nuestro cerebro animal trata de comprimir el espacio entre la impresión y la percepción. Piensa, percibe, actúa, con apenas unos cuantos milisegundos entre una cosa y otra. El cerebro de un ciervo le ordena correr porque las cosas están mal. Y él corre. A veces, directamente contra el tráfico. Nosotros podemos cuestionar este impulso. Podemos discrepar de él. Podemos ignorar ese reflejo, examinar la amenaza antes de actuar. Pero esto requiere fortaleza. Es un músculo que debe desarrollarse. Y los músculos se desarrollan con la tensión, mediante el hecho de levantar y sostener. Por eso Musashi y la mayoría de quienes practican las artes marciales se concentran en la preparación mental tanto como en el adiestramiento físico. Ambos son igualmente importantes, y requieren un ejercicio y una práctica igualmente vigorosos. En los textos de los estoicos vemos un ejercicio que podría describirse como “Expresiones de desdén”. Los estoicos usan el desprecio como un agente para desentrañar las cosas y “despojarlas de la leyenda que las cubre”. Epicteto les decía a sus alumnos, cuando citaban a un gran pensador, que imaginaran que observaban a esa persona mientras hacía el amor. Pues bien, tú deberías intentar lo mismo la próxima vez que alguien te intimide o te haga sentir inseguro. Velo en tu mente, cómo grita y gime en la precariedad de su vida privada, justo como el resto de nosotros. Marco Aurelio tenía una versión de este ejercicio en la que describía cosas caras o sofisticadas sin sus eufemismos; la carne asada es un animal muerto y el vino añejado no es otra cosa que uvas viejas y fermentadas. La finalidad de esto era ver tales cosas como realmente son, sin ninguna ornamentación. Podemos hacer esto con cualquier cosa o persona que se interponga en nuestro camino. Ese ascenso que significa tanto, ¿qué es en realidad? Nuestros críticos y detractores que nos hacen sentir tan reducidos, pongámoslos en el lugar que les corresponde. Es mejor ver las cosas como son de verdad, no como
aquello en lo que las hemos convertido en nuestra mente. Objetividad quiere decir eliminar el “tú” —la parte subjetiva— de la ecuación. Sólo piensa: ¿qué sucede cuando les damos consejos a los demás? Sus problemas son muy claros para nosotros, y obvias las soluciones. Algo que está presente cuando nosotros lidiamos con nuestros propios obstáculos siempre falta cuando oímos los problemas de otras personas: el bagaje. Con otros podemos ser objetivos. Entendemos la situación tal como es y nos aprestamos de inmediato a ayudar a nuestro amigo a resolverla. Egoísta y estúpidamente nos ahorramos la lástima, la sensación de persecución y las quejas de nuestra propia vida. Toma por caso tu situación y finge que no te sucede a ti. Haz como si no fuera importante, como si careciera de toda relevancia. ¿Cuánto más fácil te sería saber qué hacer? ¿Cuánto más rápida y desapasionadamente podrías medir el escenario y sus opciones? Podrías darlo por descontado, aceptarlo con tranquilidad. Piensa en todas las formas en que alguien podría resolver un problema específico. Piensa de verdad en eso. Date a ti mismo claridad, no compasión; habrá mucho tiempo para esto último. Éste es un ejercicio, lo cual significa que implica repetición. Cuanto más lo intentes, mejor serás para esto. Cuanto mejor te vuelvas para ver las cosas como son, más trabajará en tu favor la percepción, no en tu contra.
Cambia de perspectiva El hombre no simplemente existe, sino que siempre decide cómo será su existencia, qué será de él en el momento siguiente. Por esa misma razón, cada ser humano tiene la libertad de cambiar en cualquier instante. VIKTOR FRANKL Una vez en que el general ateniense Pericles partió a una misión naval en la guerra del Peloponeso, hubo un eclipse solar y su flota de ciento cincuenta barcos quedó sumida en la oscuridad. Sorprendidos por este hecho inesperado y desorientador, sus hombres cayeron en un estado de pánico. A diferencia de la tripulación, Pericles se mostró impertérrito. Se acercó al timonel, se quitó la capa y le cubrió el rostro con ella. Le preguntó si le daba miedo lo que veía. No, claro que no. ¿Qué importancia tiene entonces, replicó Pericles, cuál sea la causa de la oscuridad? Los griegos eran astutos. Pero debajo de esta pregunta de Pericles está la noción fundamental en la que se basa no sólo la filosofía estoica, sino también la psicología cognitiva: la perspectiva lo es todo. Es decir, cuando puedes descomponer algo en las partes que lo integran o verlo desde un nuevo ángulo, pierde su poder sobre ti. El temor es debilitador, embaucador, fatigoso y a menudo irracional. Pericles entendía muy bien esto, y fue capaz de usar el poder de la perspectiva para vencerlo.
Los griegos sabían que con frecuencia optamos por la explicación ominosa sobre la simple, en nuestro detrimento. Que tememos los obstáculos porque nuestra perspectiva es la equivocada; que un simple cambio de perspectiva puede alterar enteramente nuestra reacción. La tarea, como demostró Pericles, no es ignorar el temor, sino explicarlo para hacerlo desaparecer. Toma aquello que temes —cuando el miedo se apodere de ti— y descomponlo en las partes que lo integran. Recuerda: nosotros decidimos cómo ver las cosas. Poseemos aún la capacidad de alterar la perspectiva en cada situación. No podemos cambiar los obstáculos —esa parte de la ecuación es inamovible—, pero el poder de la perspectiva puede modificar la apariencia de esos obstáculos. La forma en que abordamos, vemos y contextualizamos un obstáculo, y lo que nos decimos a nosotros mismos que éste significa, determina lo terrible y difícil que será vencerlo. Tú decides si quieres o no poner el yo al frente de algo (Yo odio hablar en público; Yo me equivoqué; Yo he sido perjudicado por esto). Esto añade un elemento extra: tú en relación con ese obstáculo, en vez de únicamente el obstáculo como tal. Y con la perspectiva incorrecta, nos abruma y consume algo que en realidad es muy pequeño. ¿Por qué entonces nos sometemos a eso? La perspectiva correcta tiene un extraño modo de reducir los obstáculos —y la adversidad— a su verdadera dimensión. Pero por una razón u otra, tendemos a ver las cosas por separado. Nos reprendemos por haber frustrado un negocio o habernos ausentado de una reunión. Cada una de esas cosas en particular es trágica; sencillamente dejamos pasar una oportunidad al cien por ciento. Pero olvidamos que en ese caso, tal como el multimillonario emprendedor serial Richard Branson gusta decir, “las oportunidades de negocios son como los autobuses: siempre pasará otro”. Una reunión no es nada en una vida de reuniones, y un negocio es sólo un negocio. De hecho, quizás hayamos esquivado una bala. La siguiente oportunidad podría ser mejor. La forma en que vemos el mundo modifica la forma en que vemos esas cosas. ¿Nuestra perspectiva realmente nos da perspectiva o es la causa de nuestros problemas? Ésta es la pregunta. Lo que podemos hacer es limitar y expandir nuestra perspectiva para incluir en ella lo que nos mantiene más serenos y dispuestos para la tarea en cuestión. Concibe esto como una edición selectiva, no para engañar a los demás, sino para orientarte tal como debes.
Esto da resultado. Unos pequeños ajustes pueden cambiar lo que antes parecían tareas imposibles. De repente, ahí donde nos sentíamos débiles, descubrimos que somos fuertes. Con perspectiva, encontramos una fuerza que no sabíamos que teníamos. La perspectiva tiene dos definiciones. 1.Contexto: una noción del gran panorama del mundo, no sólo de lo que está frente a nosotros. 2.Marco: la peculiar manera en que un individuo ve el mundo, el modo en que interpreta los hechos. Ambas importan, ambas pueden ser inyectadas con efectividad para alterar una situación que antes parecía intimidante o imposible. George Clooney pasó sus cinco primeros años en Hollywood siendo rechazado en audiciones. Quería agradarles a los productores y directores, pero no lo conseguía y esto lo hacía sufrir; culpaba al sistema de no darse cuenta de lo bueno que él era. Esta perspectiva debería parecerte conocida. Es el punto de vista dominante para el resto de nosotros en entrevistas de trabajo, cuando hablamos con nuestros clientes o cuando intentamos relacionarnos con una persona desconocida pero atractiva en una cafetería. Inconscientemente nos sometemos a lo que el autor y emprendedor Seth Godin llama la “tiranía de ser elegidos”. Todo cambió para Clooney cuando probó una perspectiva nueva. Se percató de que la selección del elenco también es un obstáculo para los productores; deben encontrar a alguien, y todos esperan que la siguiente persona que entrará a la sala sea la indicada. Las audiciones eran una oportunidad de resolver los problemas de ellos, no el suyo propio. Desde la nueva perspectiva de Clooney, él era esa solución. No tenía que rogar que lo contrataran; era alguien con algo especial que ofrecer. Era la respuesta a los ruegos de los productores, no al revés. Eso fue lo que comenzó a proyectar en sus audiciones: no exclusivamente sus habilidades actorales, sino también el hecho de que él era la persona indicada para el papel. Que entendía qué buscaban el director de selección del elenco y los productores en un papel específico y que él les brindaría justo eso en todas y cada una de las situaciones implicadas: en la preproducción, ante la cámara y durante la promoción de la película. La diferencia entre la perspectiva correcta y la incorrecta es todo.
La forma en que interpretamos los hechos de nuestra vida, nuestra perspectiva, es el marco de nuestra respuesta próxima, ya sea que haya alguna siquiera o que no hagamos nada y aceptemos las cosas como son. Donde va la cabeza, sigue el cuerpo. La percepción precede a la acción. Una acción acertada se desprende de la perspectiva acertada.
¿Depende de ti? En la vida, nuestro primer deber es dividir y distinguir las cosas en dos categorías: las externas que no puedo controlar y las decisiones que tomo respecto a ellas, las cuales sí controlo. ¿Dónde hallaré lo bueno y lo malo? En mí, en mis decisiones. EPICTETO Tommy John, uno de los pitchers más hábiles y perdurables en la historia del beisbol, jugó veintiséis temporadas en las ligas mayores. ¡Veintiséis temporadas! En su primer año, Kennedy era presidente; en su último año, lo era George H. W. Bush. Fue lanzador con Mickey Mantle y con Mark McGwire. Ése fue un logro casi suprahumano. Pero él fue capaz de conseguirlo porque era muy bueno para hacerse a sí mismo y a los demás, en formas variadas, una insistente pregunta: ¿Hay una posibilidad? ¿Tengo una oportunidad? ¿Hay algo que pueda hacer? Todo lo que buscó siempre fue un sí, por ligera, tentativa o provisional que fuera la oportunidad. Si había una posibilidad, él estaba listo para aprovecharla y hacer buen uso de ella; listo para invertir su mayor esfuerzo y energía en hacerla fructificar. Si el esfuerzo afectaba el resultado, Tommy John daba la vida en la cancha antes que dejar pasar esa oportunidad. La primera vez fue a media temporada de 1974, cuando se lastimó el brazo, con un daño permanente en el ligamento colateral cubital de su codo lanzador. Hasta ese momento en el beisbol y la medicina deportiva, cuando un pitcher se
lastimaba el brazo, estaba acabado. La llamaban una lesión de “brazo muerto”. El partido había llegado a su fin. John no aceptó eso. ¿Había cualquier cosa que pudiera darle la oportunidad de volver al montículo? Resulta que sí la había. Los médicos sugirieron una cirugía experimental en la que intentarían reemplazar ese ligamento en su brazo lanzador por un tendón del otro brazo. ¿Qué posibilidades tengo de regresar después de esta cirugía? Una de cien. ¿Y sin ella? Ninguna en absoluto, le dijeron. John podría haberse retirado. Pero había una entre cien posibilidades. Con rehabilitación y entrenamiento, la oportunidad estaba parcialmente bajo su control. La aprovechó. Y ganó 164 partidos más en las trece temporadas siguientes. Esa operación se conoce ahora como la cirugía Tommy John. Menos de diez años después, John hizo acopio del mismo espíritu y esfuerzo que había reunido para su cirugía de codo cuando su hijo cayó espantosamente de la ventana de un tercer piso, se tragó la lengua y estuvo a punto de morir. Incluso en el caos de la sala de urgencias, con médicos convencidos de que era probable que el chico no sobreviviera, John le recordó a su familia que así pasaran un año o diez, no se darían por vencidos hasta que no quedara absolutamente nada que hacer. Su hijo se recuperó por completo. Para John, su carrera en el beisbol pareció llegar a su fin en 1988, cuando, a los cuarenta y cinco años de edad, fue echado de los Yanquis al término de la temporada. Tampoco aceptó esto. Le llamó al entrenador y le preguntó: si se presentaba en el entrenamiento de la primavera siguiente, ¿se le consideraría debidamente? Se le dijo que a su edad ya no debía practicar ese deporte. Él repitió la pregunta: Sea franco conmigo: si me presento, ¿me darán una oportunidad? Los funcionarios del beisbol respondieron: Sí, de acuerdo; lo tomaremos en cuenta. Así que Tommy John fue el primero en presentarse en el campo. Entrenaba muchas horas al día, aplicaba cada una de las lecciones que había aprendido durante una práctica de un cuarto de siglo de ese deporte y contribuía al bien del equipo, en su calidad de jugador más veterano. Fue alineado en el primer partido de la temporada y ganó, permitiendo apenas dos carreras en siete entradas en Minnesota. Las cosas que Tommy John podía cambiar —cuando tenía una oportunidad — merecían el cien por ciento de su esfuerzo. Les decía a los entrenadores que moriría en la cancha antes que renunciar a ella. Sabía que, como atleta
profesional, era su deber señalar la diferencia entre lo improbable y lo imposible. Ver esa minúscula distinción fue lo que hizo de él quien era. Para beneficiarse de ese mismo poder, los adictos en recuperación aprenden la Oración de la Serenidad. Señor, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para distinguir la diferencia. Así es como se concentran en sus esfuerzos. Es mucho más fácil combatir la adicción cuando no tienes que combatir al mismo tiempo el hecho de que naciste, de que tus padres fueron unos monstruos o de que lo perdiste todo. Eso ha quedado atrás. Terminó. Hay cero posibilidades entre cien de que puedas cambiarlo. ¿Y si, al contrario, te concentraras en lo que sí puedes cambiar? Es ahí donde puedes hacer una diferencia. Detrás de la Oración de la Serenidad está una frase estoica de hace dos mil años: “ta eph’hemín, ta ouk eph’hemín”. Lo que depende de nosotros, lo que no depende de nosotros. ¿Y qué depende de nosotros? • Nuestras emociones • Nuestros juicios • Nuestra creatividad • Nuestra actitud • Nuestra perspectiva • Nuestros deseos • Nuestras decisiones • Nuestra determinación Éste es nuestro campo de juego, por así decirlo. Todo lo que hay ahí es juego limpio. ¿Qué no depende de nosotros? Bueno, ya lo sabes: todo lo demás. El clima, la economía, las circunstancias, las emociones o juicios de los demás, las tendencias, los desastres, etcétera. Si lo que depende de nosotros es nuestro terreno de juego, entonces lo que no depende de nosotros son las reglas y condiciones del juego. Los factores que
los atletas ganadores aprovechan al máximo y no pierden tiempo en discutir (porque no tiene caso hacerlo). Discutir, quejarse o, peor todavía, rendirse son decisiones. Decisiones que casi nunca hacen nada para ayudarnos a cruzar la línea de meta. Cuando se trata de la percepción, ésta es la distinción crucial por hacer: la diferencia entre las cosas que están en nuestro poder y las cosas que no lo están. Ésa es la diferencia entre las personas que pueden lograr cosas grandes y las personas que juzgan imposible permanecer sobrias; evitar no sólo las drogas o el alcohol, sino todas las adicciones. A su modo, el dragón más perjudicial que perseguimos es el que nos hace creer que podemos cambiar cosas que sencillamente no nos corresponde cambiar. Que alguien decidiera no financiar nuestra compañía, eso es algo que no depende de ti. ¿Pero la decisión de afinar y mejorar tu propuesta? Eso sí. ¿Que alguien te haya robado tu idea o la haya aplicado primero? No. ¿Alterarla, mejorarla o pelear por lo que es tuyo? Sí. Concentrarnos exclusivamente en lo que está en nuestro poder magnifica y favorece nuestro poder. Pero cada gramo de energía que invertimos en cosas en las que en realidad no podemos influir es un desperdicio, autoindulgente y autodestructivo. Demasiado poder —propio y ajeno— se dilapida de esta manera. Ver un obstáculo como un desafío y aprovecharlo al máximo de todos modos es también una decisión, una decisión que depende de nosotros. ¿Tendré una oportunidad, entrenador? ¿Ta eph’hemín? ¿Depende de mí?
Vive en el presente La clave para olvidar el paisaje es verlo todo de cerca. CHUCK PALAHNIUK Hazte un favor y lee la lista de empresas iniciadas durante depresiones y crisis económicas. La revista Fortune (noventa días después del colapso bursátil de 1929) FedEx (crisis del petróleo de 1973) UPS (crisis de 1907) Walt Disney Company (después de once meses de exitosas operaciones, el duodécimo fue el colapso bursátil de 1929) Hewlett-Packard (Gran Depresión, 1935) Charles Schwab (colapso bursátil de 1974-1975) Standard Oil (Rockefeller les compró a sus socios las acciones de lo que sería Standard Oil y se hizo cargo de ella en febrero de 1865, el último año de la Guerra Civil) Coors (depresión de 1873) Costco (recesión de fines de la década de 1970) Revlon (Gran Depresión, 1932) General Motors (crisis de 1907) Procter & Gamble (crisis de 1837) United Airlines (1929) Microsoft (recesión de 1973-1975) Linkedln (2002, después de la burbuja de las compañías de internet)
La mayoría de estas empresas ignoraba hallarse en una depresión históricamente significativa. ¿Por qué? Porque sus fundadores estaban demasiado ocupados existiendo en el presente, lidiando con la situación frente a ellos. No sabían si las cosas mejorarían o empeorarían, sólo lo que ocurría entonces. Tenían una misión que querían cumplir, una gran idea en la que creían o un producto que pensaban que podrían vender. Sabían que tenían una nómina que pagar. En nuestra vida, en cambio, no nos contentamos con lidiar con las cosas tal como ocurren. Tenemos que sumergirnos interminablemente en lo que todo “significa”, si algo es “justo” o no, qué está “detrás” de esto o aquello y qué hacen todos los demás. Y luego nos preguntamos por qué no tenemos energía para hacer frente a nuestros problemas. O nos alteramos e intimidamos tanto por pensar demasiado que si nos pusiéramos a trabajar probablemente nos sentiríamos agotados de antemano. Nuestra comprensión del mundo de los negocios está llena de leyendas y mitos. Esto es curioso, porque por concentrarnos en los individuos perdemos la historia verdadera. De hecho, la mitad de las compañías de Fortune 500 iniciaron sus actividades durante un mercado a la baja o en recesión. La mitad. La cuestión es que la mayoría de la gente parte de una desventaja (a menudo sin tener la menor idea de que es así) y le va muy bien. Esto no es injusto, es universal. Los que sobreviven lo hacen porque enfrentaron las cosas día por día: éste es el verdadero secreto. Concéntrate en el momento, no en los monstruos que podrían aguardarte o no. Una empresa debe aceptar como un hecho consumado las restricciones de operación del mundo que la rodea y perseguir todas las ganancias posibles. Las personas con espíritu emprendedor son como los animales: tienen la suerte de no disponer de tiempo ni capacidad para pensar en cómo deberían ser las cosas o en cómo preferirían ellas que fueran. Para todas las especies menos la humana, las cosas son sencillamente como son. Nuestro problema es que siempre queremos saber qué significan las cosas, por qué son como son. Como si el porqué importara. Emerson lo dijo mejor: “No podemos dedicar el día a explicaciones”. No pierdas el tiempo en constructos falsos. No importa si éste es el peor momento para estar vivo o el mejor, si estás en un buen mercado de trabajo o en uno malo o si el obstáculo que encaras es intimidatorio o agobiante. Lo que importa es que ahora es ahora. Las implicaciones de nuestro obstáculo son teóricas; existen en el pasado y
en el futuro. Nosotros vivimos en el momento. Y entre más lo aceptemos, más fácil nos sería acometer ese obstáculo y seguir adelante. Puedes tomar la dificultad con la que lidias y usarla como una oportunidad para concentrarte en el presente. Ignorar la totalidad de tu situación y aprender a contentarte con lo que sucede tal como ocurre. No tener ninguna “manera” en la que el futuro debería ser para confirmar tus predicciones, porque no has hecho ninguna. Permitir que cada momento nuevo sea una oportunidad refrescante que llegó antes de lo que otros esperaban. Tú descubrirás el método que te da mejor resultado, pero hay muchas cosas que pueden sumergirte en el presente: el ejercicio extremo, desconectarte, un paseo en el parque, la meditación, tener un perro. Todo eso nos recuerda constantemente que el presente es muy agradable. Una cosa es cierta: no basta con decir Viviré en el presente. Tienes que hacer un esfuerzo para lograrlo. Sorpréndete divagando; no te permitas ninguna distracción. Elimina los pensamientos que te distraen. Deja las cosas en paz, por más ganas que te den de hacer lo contrario. Sin embargo, es más fácil cuando la decisión de limitar tu alcance se siente como editar más que como actuar. Recuerda que este momento no es tu vida entera, es sólo un momento en tu vida. Concéntrate en lo que está frente a ti ahora. Ignora lo que esto “representa” o “significa”, o “por qué te pasó a ti”. Suceden demasiadas cosas en este instante como para preocuparse por ellas.
Piensa de otro modo El genio es la capacidad de poner en práctica lo que está en tu mente. No existe ninguna otra definición. F. SCOTT FITZGERALD Steve Jobs fue famoso por lo que los observadores llamaron su “campo de distorsión de la realidad”. En parte táctica motivacional, en parte también mera motivación y ambición, este campo lo volvió notoriamente desdeñoso de frases como “Eso es imposible” o “Necesitamos más tiempo”. Habiendo aprendido pronto en la vida que la realidad estaba falsamente entretejida de reglas y arreglos que se le habían enseñado a la gente desde la infancia, Jobs tenía una idea mucho más agresiva de lo que era posible o no. Para él, cuando se tomaban en cuenta la visión y la ética de trabajo, gran parte de la vida era maleable. Por ejemplo, en las etapas de diseño de un nuevo mouse para uno de los primeros productos de Apple, Jobs tenía muy altas expectativas. Quería que se moviera con soltura en cualquier dirección —algo nuevo para cualquier mouse en esa época—, pero un ingeniero de alto rango había sido informado por uno de sus diseñadores de que eso sería comercialmente imposible. Lo que Jobs quería no era realista ni funcionaría. Al día siguiente, cuando ese ingeniero llegó a trabajar se enteró de que Steve Jobs había despedido al empleado que dijo eso. Cuando su sustituto llegó, lo primero que dijo fue: “Puedo hacer ese mouse”. Ésta era la visión de la realidad de Jobs en acción. Maleable, persistente, segura. No en un sentido ilusorio, sino para los efectos de lograr algo. Él sabía que apuntar bajo significaba aceptar realizaciones mediocres. Pero apuntar alto
podía, si las cosas marchaban bien, crear algo extraordinario. Él era Napoleón gritando a sus soldados: “¡Los Alpes no existen!”. Para la mayoría de nosotros, esa seguridad no es fácil. Esto resulta comprensible. Demasiadas personas con las que nos hemos cruzado en la vida han predicado la necesidad de que seamos realistas o conservadores, o algo peor aún: que no hagamos olas. Ésta es una desventaja enorme cuando se trata de intentar cosas grandes. Porque pese a que nuestras dudas (entre ellas las de nosotros mismos) parezcan fundadas, tienen muy poco que ver con lo que es y no es posible. Nuestras percepciones determinan, en un grado increíblemente grande, lo que somos y no somos capaces de hacer. En muchos sentidos, determinan la realidad misma. Cuando creemos en el obstáculo más que en la meta, ¿cuál de ambas cosas triunfará en forma inevitable? Por ejemplo, piensa en los artistas. Son su voz y visión excepcionales lo que rebasa la definición de “arte”. Lo que era posible para un artista antes y después de que Caravaggio nos sorprendiera con sus oscuras obras maestras son dos cosas muy distintas. Piensa en cualquier otro pensador, escritor o pintor inmerso en su época y eso mismo se aplica. Por eso no debemos prestar mucha atención a lo que dicen los demás (o a lo que dice la voz dentro de nuestra cabeza). Tenderemos de este modo a no lograr nada. Muéstrate abierto. Cuestiona. Aunque es indudable que no controlamos la realidad, nuestras percepciones influyen en ella. Una semana antes del previsto embarque de la primera computadora Macintosh, los ingenieros le dijeron a Jobs que no podrían cumplir con la fecha límite. En una reunión convocada de urgencia, explicaron que necesitaban sólo dos semanas para terminar. Jobs respondió tranquilamente con la explicación de que si podían hacerlo en dos semanas, podían hacerlo en una; en realidad no había ninguna diferencia en un periodo tan corto. Más todavía, como ellos habían llegado tan lejos haciendo tan buen trabajo, no había forma de que no realizaran el embarque el 16 de enero, la fecha originalmente prevista. Los ingenieros se apuraron y cumplieron su fecha. La insistencia de Job les había hecho rebasar, una vez más, la línea de lo que consideraban posible. ¿Cómo solemos enfrentar tú y yo una invencible fecha límite impuesta por un superior? Nos quejamos. Nos enojamos. Cuestionamos. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Qué sentido tiene? ¿Quién cree que soy? Buscamos una salida y
nos apiadamos de nosotros mismos. Por supuesto que ninguna de esas cosas afecta la realidad objetiva de esa fecha límite. No en el sentido en el que puede hacerlo un esfuerzo por salir adelante. Jobs se rehusaba a tolerar a la gente que no creía en su propia capacidad de éxito. Aun si sus demandas como jefe eran injustas, incómodas o ambiciosas. La maravillosa genialidad de sus productos —que con frecuencia producían la sensación de ser demasiado intuitivos y futuristas— encarna ese rasgo. Rebasaba lo que otros concebían como limitaciones inmutables y, en consecuencia, creaba algo totalmente nuevo. Nadie creía que Apple fuera capaz de hacer los productos que hacía. De hecho, Jobs fue echado en 1985 porque los miembros del consejo de administración de entonces pensaron que la incursión de Apple en productos de consumo era un “plan lunático”. Estaban equivocados, desde luego. Jobs aprendió a rechazar los primeros juicios y las objeciones que se desprenden de ellos porque esas objeciones se basan casi siempre en el temor. Cuando hizo un pedido de un tipo especial de vidrio para el primer iPhone, al fabricante le asustó la muy estricta fecha límite. “No tenemos capacidad”, le dijo. “No te preocupes”, replicó Jobs. “Pueden hacerlo. Encuentren la manera de lograrlo.” Casi de la noche a la mañana, el fabricante transformó sus instalaciones en una gigantesca fábrica de cristal y seis meses más tarde había obtenido lo suficiente para la primera orden de producción. Esto es radicalmente distinto de como nos enseñaron a actuar. Sé realista, nos dijeron. Escucha los comentarios de los demás. Aprende a trabajar con ello. Llega a un arreglo. Bueno, ¿y si la “otra” parte está equivocada? ¿Y si la ortodoxia es demasiado conservadora? Es el impulso demasiado común a quejarnos, aplazar y renunciar lo que nos detiene. Un emprendedor es alguien con fe en su capacidad para hacer algo que antes no existía. Para él, la idea de que nadie lo ha hecho nunca es algo bueno. Cuando se les asigna una tarea excesiva, algunos la ven atinadamente como una posibilidad de demostrar de qué están hechos, de dar todo lo que tienen a sabiendas de lo difícil que será ganar. La ven como una oportunidad porque suele ocurrir que en situaciones desesperadas en las que no tenemos nada que perder seamos más creativos que nunca. Nuestras mejores ideas salen de ahí, donde los obstáculos iluminan nuevas opciones.
Busca la oportunidad Una persona buena tiñe los hechos con su propio color [...] y usa en su beneficio todo lo que ocurre. SÉNECA Uno de los avances más imponentes y desconcertantes de la guerra moderna fue la Blitzkrieg (guerra relámpago) alemana. En la Segunda Guerra Mundial, los alemanes querían evitar el desgastante combate de trincheras de las guerras previas. Así, concentraron divisiones móviles en rápidas y estrechas fuerzas ofensivas que tomaban a sus enemigos por sorpresa. Como la punta de una lanza, columnas de tanques irrumpieron en Polonia, los Países Bajos, Bélgica y Francia con resultados devastadores y escasa oposición. En la mayoría de los casos, los comandantes contrarios simplemente se rindieron antes que enfrentar lo que semejaba ser un monstruo invencible e infatigable que se arrojaba sobre ellos. La estrategia de la Blitzkrieg fue diseñada para explotar el temor del enemigo: éste debía desplomarse a la sola vista de una fuerza arrolladora. El éxito de esta táctica depende por completo de esa respuesta. Surte efecto porque las tropas ven la fuerza ofensiva como un obstáculo enorme que se alza frente a ellas. Así fue como la oposición aliada vio la Blitzkrieg durante casi toda la guerra. Podía ver sólo su poder, y su propia vulnerabilidad. En las semanas y meses posteriores a la exitosa invasión de Normandía por las fuerzas aliadas, la enfrentaron de nuevo: una serie de grandes contraofensivas germanas. ¿Cómo podrían detenerla? ¿Las obligaría a abandonar las playas mismas que acababan de recuperar a un costo tan alto?
Un gran líder contestó esta pregunta. Al llegar a la sala de juntas del cuartel general en Malta, el general Dwight D. Eisenhower hizo un anuncio: no toleraría más pusilanimidad en sus generales. “La situación presente debe considerarse una oportunidad para nosotros, no un desastre”, ordenó. “Sólo habrá rostros optimistas en esta mesa de juntas.” En la contraofensiva en ascenso, Eisenhower fue capaz de ver la solución táctica que había estado frente a ellos todo el tiempo: la estrategia nazi llevaba en sí misma su propia destrucción. Sólo entonces los aliados fueron capaces de advertir la oportunidad dentro del obstáculo más que simplemente el obstáculo que las amenazaba. Bien visto, y mientras los aliados pudieran doblarse pero no quebrarse, ese ataque lanzaría de cabeza a más de cincuenta mil alemanes a una red, o a una “parrilla”, como lo expresó elocuentemente Patton. La batalla de las Ardenas y, antes, la batalla del cerco de Falaise, temidas como grandes reveses y el final del empuje aliado, fueron en realidad sus mayores triunfos. Al permitir el paso de una cuña de avanzada del ejército alemán y atacarla después por los flancos, los aliados rodearon por completo al enemigo desde la retaguardia. La invencible y penetrante acometida de los tanques alemanes no fue sólo impotente, sino también suicida, un ejemplo de libro de texto de por qué nunca debes dejar expuestos tus flancos. Más todavía, es un ejemplo básico del papel que nuestras percepciones desempeñan en el éxito o fracaso de quienes se oponen a nosotros. Una cosa es no sentirse abrumado por los obstáculos, ni desalentado o trastornado por ellos. Esto es algo que pocos son capaces de hacer. Pero una vez que has controlado tus emociones y puedes ver las cosas con objetividad y mantenerte firme, el paso siguiente se vuelve posible: el salto mental que te permite ver no el obstáculo, sino la oportunidad que esconde. Como lo dijo Laura Ingalls Wilder: “Hay algo bueno en todo si lo buscamos”. Pero somos muy malos para buscar. Cerramos los ojos al don. Imagina que hubieras estado en los zapatos de Eisenhower, con un ejército en estampida contra ti y que sólo pudieras ver la inminente derrota. ¿Cuánto más habría durado la guerra? ¿Cuántas vidas más se habrían perdido? El problema son nuestras ideas preconcebidas. Nos indican que las cosas deberían ser de cierta manera, así que cuando tal cosa no ocurre, naturalmente suponemos que estamos en desventaja o que hemos perdido nuestro tiempo al perseguir otro curso, cuando en realidad todo está bien y cada situación nos da la
oportunidad de actuar. Tomemos una circunstancia en la que todos hemos estado: tener un jefe abusivo. Todo lo que vemos es terrible. Todo lo que vemos es esa cosa espantosa que nos oprime. Y nos acobardamos. Pero ¿qué pasaría si vieras eso como una oportunidad, no como un desastre? Si en verdad crees estar en la cuerda floja y preferirías renunciar, tienes una oportunidad excelente de crecer y mejorar. Una posibilidad incomparable de experimentar con soluciones diferentes, probar otras tácticas o emprender nuevos proyectos que enriquezcan tu conjunto de habilidades. Puedes estudiar a ese jefe abusivo y aprender de él, mientras completas tu currículum y consultas a tus contactos en busca de un mejor empleo en otra parte. Puedes prepararte para ese empleo al mismo tiempo que pruebas nuevos estilos de comunicación o de defender tus ideas, todo ello con una perfecta red de protección para ti: renunciar y marcharte de ahí. Con esta nueva actitud y temeridad, quizá podrías obtener concesiones y descubrir que tu trabajo te gusta de nuevo. Un día tu jefe cometerá un error y tú pasarás a la acción y lo rebasarás. Esto te procurará una sensación mucho mejor que la opción: quejarte, hablar mal de él, incurrir en hipocresía y blandenguería. O piensa en ese añejo rival tuyo en el trabajo (o en aquella compañía competidora), que te causa interminables dolores de cabeza. Repara en el hecho de que él también: • Te obliga a estar alerta • Eleva las apuestas • Te motiva a demostrar que está equivocado • Te curte • Te ayuda a apreciar a tus verdaderos amigos • Te ofrece un instructivo contraejemplo, justo aquello que no quieres ser O recuerda esa falla de la computadora por culpa de la cual perdiste todo tu trabajo. Ahora serás el doble de experto, porque tendrás que volver a hacerlo. ¿Y las decisiones de negocios que resultaron equivocadas? Aventuraste una hipótesis que resultó ser falsa. ¿Por qué eso debería molestarte? No enojaría a un científico, le ayudaría. Quizá no apuestes tanto a algo así la próxima vez. Y ahora has aprendido dos cosas: que tu instinto resultó erróneo, y el tipo de
apetito de riesgos que realmente tienes. Cargas y bendiciones no son mutuamente excluyentes. Es mucho más complicado. La esposa de Sócrates era mala y refunfuñona; él siempre decía que haberse casado con ella era una buena práctica filosófica. Claro que tú querrías evitar algo negativo si pudieras. Pero ¿y si pudieras recordar al momento el segundo acto que acompaña a las situaciones desagradables que tanto nos empeñamos en evitar? Unos psicólogos deportivos hicieron en fecha reciente un estudio sobre atletas de élite atorados en alguna adversidad o lesión grave. Inicialmente, cada uno de éstos dijo sentirse solo, emocionalmente perturbado y escéptico respecto a su capacidad atlética. Pero después cada cual dijo haber visto aumentar su deseo de ayudar a los demás, su perspectiva y la comprobación de sus fortalezas. En otras palabras, todas las dudas y temores que habían sentido durante su lesión se convirtieron en mayores aptitudes justo en esas mismas áreas. Ésta es una idea maravillosa. Los psicólogos la llaman crecimiento por adversidad y crecimiento postraumático. “Lo que no me mata me hace más fuerte” no es un lugar común, es una realidad. La lucha con un obstáculo inevitablemente nos propulsa a un nuevo nivel de funcionamiento. La medida de la lucha determina la medida del crecimiento. El obstáculo es una ventaja, no una forma de la adversidad. El enemigo es toda percepción que nos impide ver esto. De todas las estrategias de las que hemos hablado, ésta es una que puedes emplear siempre. Todo puede obrar en nuestro beneficio, verse con estos ojos: una mirada penetrante que ignora la envoltura y sólo ve el regalo. O bien, podemos combatir hasta el final, pero el resultado será el mismo. El obstáculo no dejará de existir. Sólo que ahora dolerá menos. El beneficio continúa ahí, debajo de la superficie. ¿Qué clase de idiota decide no aprovecharlo? Nosotros agradecemos ahora lo mismo que otros evitan o rehúyen. Cuando la gente es: • ... grosera o irrespetuosa, nos subestima; ésta es una gran ventaja. • ... maquinadora, no tenemos que disculparnos de tomarla como ejemplo de lo que no queremos ser.
• ... crítica o cuestionadora de nuestras habilidades, las bajas expectativas son más fáciles de exceder. • ... perezosa, todo lo que lo logremos parecerá más admirable. Es impresionante: ésos son magníficos puntos de partida, mejores en algunos casos que cualquier cosa que hayas esperado en el mejor de los escenarios. ¿Qué ventaja obtienes del hecho de que alguien sea cortés o se ande con miramientos? Detrás de las conductas que provocan una reacción negativa inmediata está una oportunidad, un beneficio expuesto que podemos aprovechar mentalmente para después hacerlo realidad. Así que concéntrate en eso: en el regalo mal envuelto e inicialmente repulsivo que has recibido en cada situación aparentemente desventajosa. Porque detrás de la envoltura está lo que necesitamos, a menudo algo de verdadero valor. Un regalo con un beneficio extraordinario. Nadie ha hablado aquí de perogrulladas como la del vaso medio lleno. Ésta debe ser una forma radicalmente distinta de ver las cosas. Ver más allá de lo negativo, de su mal aspecto, para llegar a su corolario: lo positivo.
Prepárate para actuar Imita entonces la acción del tigre: acera tus nervios, ármate de valor. SHAKESPEARE Los problemas son rara vez tan malos como creemos; o, más bien, son justo tan malos como los creemos. Es un gran paso darse cuenta de que lo peor que te puede pasar nunca es el hecho por sí mismo, sino el hecho y el que pierdas la cabeza. Porque entonces tendrás dos problemas (uno de ellos innecesario y derivado). La exigencia para ti es ésta: una vez que veas el mundo tal como es, debes actuar. La percepción apropiada —objetiva, racional, ambiciosa, limpia— aísla el obstáculo y lo expone como lo que es. Una cabeza clara contribuye a manos firmes. Y entonces esas manos deben ponerse a trabajar. Hay que hacer buen uso de ellas. Todos tenemos que hacer suposiciones en la vida, sopesar los costos y beneficios. Nadie te pide que veas color de rosa el mundo. Nadie te pide un fracaso noble o el martirio. Pero audacia es actuar de todas formas, pese a que conozcas lo negativo y real de tu obstáculo. Decide atacar lo que se interpone en tu camino, no porque seas un apostador que desafía a la suerte, sino porque has calculado ésta y aceptado valientemente el riesgo. Después de todo, ahora que has manejado apropiadamente las percepciones, lo que sigue es actuar.
¿Estás preparado?
Segunda parte Acción ¿Qué es la acción? La acción es un lugar común, la acción correcta no. Como disciplina, no bastará con cualquier tipo de acción, sino con la acción dirigida. Todo debe hacerse en beneficio del conjunto. Paso a paso, acción por acción, desmantelaremos los obstáculos frente a nosotros. Con persistencia y flexibilidad, actuaremos en interés de nuestras metas. La acción requiere valor, no bravuconería; aplicación creativa, no fuerza bruta. Nuestros movimientos y decisiones nos definen: debemos estar seguros de actuar con parsimonia, osadía y persistencia. Éstos son los atributos de la acción correcta y efectiva. Nada más; ni el pensamiento, ni la evasión, ni la ayuda de otros. La acción es la solución y la cura de nuestros predicamentos.
Así que actuó. A fin de vencer su impedimento para hablar, inventó unos extraños ejercicios. Se llenaba la boca de guijarros y practicaba. Ensayaba discursos completos con sólo el viento de testigo o mientras ascendía empinadas pendientes. Aprendió a recitar discursos completos sin respirar una sola vez. Y pronto, su débil y callada voz hizo erupción con una claridad pasmosa y retumbante. Demóstenes se encerró literalmente bajo tierra, en un calabozo que había excavado para estudiar y educarse. A fin de no permitirse distracciones, cortó a rape la mitad de su cabellera para que le diera vergüenza salir a la calle. Y a partir de ese momento, descendió diaria y diligentemente a su estudio para trabajar en su voz, expresiones faciales y argumentos. Cuando se aventuraba a salir, era para aprender más. Cada momento, cada conversación, cada transacción era una oportunidad para que mejorara su arte. Todo esto apuntaba a una meta: enfrentar a sus enemigos en el tribunal y recuperar lo que le habían arrebatado. Lo cual hizo. Cuando llegó a la mayoría de edad, demandó por fin a los negligentes guardianes que lo habían timado. Ellos evadieron sus esfuerzos y contrataron abogados, pero él se negó a dejarse detener por eso. Flexible y creativo, los enfrentó en un juicio tras otro y pronunció incontables discursos. Ahora estaba seguro de sus nuevas fortalezas, impulsado por sus carencias; ellos no fueron nunca sus dignos rivales. Al final, Demóstenes los venció. Para entonces ya sólo quedaba una fracción de la herencia original, pero el dinero se había vuelto secundario. La reputación de Demóstenes como orador, su capacidad para imponerse a una muchedumbre y su inigualable conocimiento de los laberintos de la ley valían más que lo que restaba de lo que había sido alguna vez una gran fortuna. Cada discurso que pronunciaba lo volvía más fuerte, cada día en que persistía lo hacía más resuelto. Era capaz de identificar a los abusivos y dominar el temor. En lucha con su desafortunado destino, Demóstenes descubrió su verdadera vocación: sería la voz de Atenas, su gran orador y su conciencia. Tendría éxito precisamente a causa de lo que había sufrido y la forma en que había reaccionado a eso. Había canalizado su rabia y su dolor a su formación, y más tarde a sus discursos, avivándolo todo con una fuerza y ferocidad que nadie era capaz de igualar ni resistir. Un académico le preguntó una vez cuáles eran los tres rasgos más
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[Palencia] : Las Lunas de Ampudia, D.L. 2015. ISBN 978-84-608-1858-8, 2015
Descripción documentada de seis rutas de senderismo y/o cicloturismo por el término municipal de Ampudia (Palencia). Mapas, perfiles topográficos, fotografías, información geográfica e histórica.
Resumen: El siguiente proyecto forma parte del plan de Mejora para la educación secundaria 2010-2011. Se desarrolla en la escuela secundaria nº 6 de Berazategui. El mismo se plasma desde dos ejes: Por un lado, espacios de aprendizaje de asignaturas como matemáticas, practicas de lenguaje, ingles y fisicoquímica y por el otro, se conforma el equipo de orientación escolar que tiene como objetivos trabajar desde el grupo las problemáticas adolescentes a través de dispositivos; abordar aquellas situaciones individuales que influyan en el desempeño escolar, promover instancias de aprendizaje para el cuerpo docente, y generar trabajos en red con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. El trabajo se enmarca desde dos modelos: resiliencia y educación dialógica y dialéctica. Por otra parte, el equipo lleva adelante practicas que intentan romper con la representación social del gabinete ligado al modelo biomédico hegemónico. Se lleva adelante a partir de lo que la comunidad educativa (estudiantes, familia y docentes) propone, siente y hace con el fin de generar procesos de aprendizajes dialécticos y sostenidos. Actualmente, se encuentra en una instancia de inicio con grandes expectativas por parte de todo el equipo que conforma el proyecto.
La Nueva corónica y buen gobierno apunta un mundo “al revés” en elque la justicia no mantiene equilibrio en el mundo andino. Este ensayoestudia cómo en el “Primer capítulo de la Justicia” Guaman Poma realizauna valoración de la administración de justicia en el mundo andino ycómo la implementación de condenas afecta el lugar social del individuoen la comunidad. Rastrea entonces los temas de la justicia y castigos,así como la narración del viaje del autor a la Ciudad de los Reyes enel capítulo “Camina el autor” como una versión andina del ostracismo.Entiendo ostracismo como la reclusión física con posibilidades deintegración y la condena social del wakcha (huérfano) a través de lanegación de la reciprocidad. Por su parte, el ostracismo espiritual delautor es su sacrifcio para llevar la justicia al mundo andino.
The road is made by walking Llevamos bastante tiempo andando y haciendo camino 1,2 . Un buen trecho en 2009, como demuestra la cifra re ´cord de manuscritos recibidos y la publicacio ´n de 134 artı ´culos. Pero no so ´lo se trata de cantidad: 2009 ha representado la consolidacio ´n de apuestas editoriales como el sistema de gestio ´n de manuscritos por Internet, el nuevo formato de los artı ´culos, la publicacio ´n casi inmediata de los artı ´culos aceptados como avance online y la publicacio ´n de artı ´culos so ´lo en lı ´nea. Caminante, son tus huellas/el camino y nada ma ´s