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Lo malo que tiene la buena educación es que, a veces, de tan buena, es tontísima. Y cuando por primera vez en tu vida un conocido (no un amigo íntimo, no) te dice "hola, gordi" -así, como de buen rollo-, y tú, en vez de tener unas palabritas con él lo que haces es disimular lo mal que te ha sentado, estás firmando tu sentencia para que te siga llamando así de manera indefinida. Súmale que lo que antes era anecdótico empieza a adquirir hoy hechuras de epidemia. Y a los que nos molesta que nos llamen así, la buena educación empieza a agotársenos.
En este preciso instante, alguien que utiliza de manera recurrente el apelativo 'gordi' está pensando: "Pero si es cariñoso, y además yo sólo llamo así a la gente delgada". ¿En serio? ¿Pesas a la gente con la mirada en cuanto la ves aparecer? "Llego a un evento de trabajo, se me acercca un directivo de la empresa, me sonríe y me pregunta: '¿Qué tal, gordi?'. En ese momento no fui capaz de reaccionar, pero al cabo de un rato empecé a pensar en cómo era posible que un casi total desconocido se atreviera a utilizar esa expresión conmigo, y además en un contexto profesional. Yo no soy delgada, y no creo que a ninguna persona que no lo sea le guste que la llamen 'gordi'", me cuenta una amiga, entre molesta y aún atónita por la reciente experiencia.
En realidad, digo yo, da igual como estés. Porque gordas o flacas, estrechas o anchas, blanditas o huesudas, no nos gusta que nos llamen 'gordi'. ¿Qué confianzas son ésas? Es decir, si ni siquiera mi madre tendría 'permiso' para llamarme así (bronca asegurada) ¿por qué tú, un casi total desconocido, vas a disfrutar de ese privilegio? Cualquier referencia al físico de otra persona, sea a su tamaño, altura, volúmenes, rasgos... tiene que venir precedida, avalada, 'bendecida' por unos niveles de complicidad previa tamaño dinosaurio. ¡Incluso tratándose de un halago! Si no, en lenguaje actual, estarías cometiendo lo que se conoce como 'body shaming': avergonzar a otra persona, con más o menos sutileza, por los supuestos 'defectos' de su cuerpo.
Si con lo anterior no he conseguido convencer al usuario de la expresión 'gordi' de que deje de serlo, si aún no he logrado hacerle ver por qué a muchos no nos gusta que nos llamen así, lo intentaré desde un abordaje más 'académico'. Para empezar, 'gordo' -"de abundantes carnes", dice la RAE, es un insulto; y suavizarlo con un diminutivo no evita la percepción negativa. Es como si crees que por llamarme 'putilla' en vez de 'puta' me va a parecer que me haces un mimito. O si decirle '¿cómo estás, calvito?' a tu primo le va a parecer una caricia en el ego en vez de una hostia en la autoestima. Se objetará que en el 'slang' pijo actual 'gordi' es un equivalente al ya demodé 'cariño'. Pues estupendo, nos alegramos. Pero entonces, asegúrate de que todo el mundo a quien le disparas un 'gordi' habla tu mismo 'idioma'. Si no, y ante la duda: abstente, por favor.
Venga además en defensa de mi argumento la catedrática de Lengua Española Susana Guerrero Salazar, quien ha estudiado en profundidad el uso de la palabra gordo y sus distintas variantes. Según esta laureada experta, 'gordo' se habría convertido en un insulto debido al estigma que acarrean las personas con gordura por el hecho de no ajustarse sus cuerpos al actual canon de belleza y delgadez (George Vigarello, en 'La metamorfosis de la grasa' va más allá cuando describe cómo estar gordo se asocia hoy al fracaso en el proceso de adelgazamiento, que se atribuye a una falla del carácter: ausencia de dominio, debilidad de la voluntad...). El caso es que el atributo negativo asociado al adjetivo gordo-gorda habría acabado por estigmatizar la palabra, eliminándola del discurso mediático y sustituyéndola por eufemismos, perífrasis o diminutivos como... ¿gordi?
Y, ¿sabes qué pasa? Que cuando usas el diminutivo casi es peor. Porque carga el término de condescendencia. Uf. Me insultas, me tratas como si fuera digna de compasión y encima te proteges a ti mismo de mi posible reacción detrás del diminutivo porque, claro, "si te lo he dicho con cariño"... Así que, mira, casi prefiero que me llames gorda. Pero a la cara. Y si eso, pues ya en la calle.