"Números como nunca los has conocido, ¡números prohibidos, números ilegales! Un número mayor que el Universo, el número mágico que el hombre no puede comprender. El infinito (que no es un número). ¿No te pica la curiosidad?"
Así intentan convencernos un matemático y un historiador de que los números son insólitos, divertidos y misteriosos. ¿Funciona? Para la mayoría, probablemente no. Matemáticas, números... ay, las mates. Para muchos, el tormento escolar por defecto. "Teorema de..." y la atención ya se ha perdido. "Logarit—" ¡Mira, una mosca! Es inevitable: las mates, los números, son el enemigo natural del colegial de mente distraída. ¿Cuántos suspensos estarán ahora mismo escondidos en el fondo de los pupitres?
Pero aquí llegan Tommaso Maccacaro, astrofísico, y Claudio M. Tartari, historiador, dispuestos a hacernos cambiar de idea. Juntos firman Los números insólitos (Siruela), un repaso a la historia que acompaña a los números. Pero... ¿para qué "Porque la historia de los números nos ayuda a comprender nuestra evolución", defienden ellos. Muy bien, démosles, pues, el beneficio de la duda.
Resulta que tienen con qué convencer. Aunque pensemos en los números como entes fríos, inalterables y encerrados en pizarras, lo cierto es que también han sido -y siguen siendo- víctimas de manías, supersticiones y pasiones humanas. Empecemos con algo liviano; divertido, incluso. Hasta los números tienen su cuota de leyenda negra. El 13, por ejemplo. El número marginado por excelencia, con su cartel de maligno y amenazante clamando peligro: hoteles que saltan del piso 12 al 14, aerolíneas que lo eliminan de sus asientos, bodas que evitan caer en viernes 13, por si las moscas. Pero Maccacaro y Tartari no son supersticiosos: de hecho, creen que "ningún número merece una mala reputación".
Y en su breve pero panorámica ojeada al pasado, nos muestran que el 13 no es universalmente odiado. En Japón, por ejemplo, es el 4 el que se convierte en número tabú. ¿La razón? Se pronuncia igual que la palabra "muerte" en japonés. ¿Y el número más querido? El 7, claro. Porque si hay números apestados, también los hay mimados, adorados, convertidos en talismanes. La idea central: nuestra relación con los números no es puramente lógica. Es emocional. Está marcada por el miedo, el deseo, la tradición y la imaginación colectiva. Todo ha contribuido en la construcción de la historia de los números.
Lo más curioso es que esa historia, como sostienen los autores, "todavía sigue escribiéndose". Los números, aunque parezcan entidades fijas, evolucionan. No siempre estuvieron todos. "Al principio había números enteros y racionales, luego vinieron los irracionales, los complejos, los imaginarios...", explican. Los números, al fin y al cabo, son herramientas. Se crean para resolver problemas. Y cuando los problemas cambian, las matemáticas también. Así que sí, existen las "nuevas matemáticas", una forma completamente distinta de entender los números. Y no es solo que los humanos inventemos nuevas formas de contar o calcular: también inventamos formas nuevas de pensar lo numérico.
A estas alturas, ya nos han desmontado la superstición, la lógica eterna e incluso la idea de que todo está ya descubierto en matemáticas. ¿Qué falta? Alienígenas. Y no es un recurso dramático: es una de las ideas más jugosas que proponen. Pongamos que extraterrestres llegaran ahora mismo a la Tierra. ¿Cómo nos comunicaríamos con ellos? No, no sería con símbolos extraños ni sonidos guturales. Según los autores, las matemáticas -y, por tanto, los números- serían el lenguaje más adecuado. "En nuestro planeta hay miles de lenguas y muchos alfabetos, pero las matemáticas han formulado un código universal a nivel planetario", explican. Y siguen: "Los números pueden definir una base común para comunicarse y superar cualquier diferencia". A eso le llaman belleza. Porque en el fondo, una de sus tesis es que las matemáticas no son solo útiles, también son bellas. "Todo en las matemáticas es elegantemente consecuente", defienden. Nada es obvio, pero todo encaja.
Y luego está el número infinito. El que no termina nunca. El que, dicen, contiene en sus infinitos dígitos decimales, todas las armonías, poemas o cuadros de la historia de la humanidad. Pero la idea es magnética: que todo lo que hemos creado -y todo lo que podríamos llegar a crear- ya esté, de algún modo, contenido en esa secuencia interminable.
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