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Cuenta atrás para el eclipse del siglo en el observatorio más pequeño de España: "Va a ser un momento crucial para poner en valor nuestros cielos"

El 12 de agosto de 2026 tendrá lugar el primer eclipse solar total en más de un siglo, un año después asistiremos al eclipse más largo y en 2028 a un eclipse anular solar. Los tres fenómenos se podrán ver desde España y han desatado una locura por las estrellas que ya se vive en Borobia

Cuenta atrás para el eclipse del siglo en el observatorio más pequeño de España: "Va a ser un momento crucial para poner en valor nuestros cielos"
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Es más de medianoche cuando Blas abre la puerta que conduce a la cúpula. «Aquí hay que hablar bajito... y no hablar mal de los de enfrente, porque nos van a oír», bromea a propósito de la acústica del recinto: una media naranja metálica a la que, en completa oscuridad, va entrando una quincena de adultos curiosos y un niño de tres años requeteformal. Vienen del País Vasco, de la Comunidad Valenciana, de Aragón e incluso de Países Bajos. Llegan atraídos por la calidad del cielo de un pueblo soriano que suena a ruso: Borobia (228 habitantes). Esperan descubrir en el observatorio astronómico más pequeño de España -con el de Àger (Lleida)- todo aquéllo que la contaminación lumínica les impide ver en sus lugares de origen. «Esas estrellas, si os fijáis bien, forman el torso de Hércules», comentaba al aire libre Azahara un poco antes. «Es una de las constelaciones que mejor se observan en verano en el hemisferio norte», añadía, sin avisar a los visitantes de que con el telescopio del recinto iban a tener la oportunidad de contemplar el cúmulo globular M13 en todo su esplendor.

El milagro del astroturismo en España se está produciendo tal que así: de madrugada, con susurros y en coordenadas remotas de nuestra geografía. Las vacaciones de julio o agosto permiten a los interesados en la bóveda celeste la oportunidad de saber más sobre ella y sobre la ciencia que sostiene su arquitectura. La ausencia de nubosidad y la mayor disponibilidad de tiempo libre hacen que sea el momento del año preferido por los stargazers o -con permiso de la RAE- estrelleros. Cada vez son más. Cada vez tienen menos reparos en viajar los kilómetros que sea menester con la familia a cuestas. Y cada vez encuentran otros alicientes al margen de las populares lágrimas de San Lorenzo.

«Vivimos en un mundo de pantallas muy loco y lo que ofrece el astroturismo es parar y tener un momento de tranquilidad bajo el firmamento», apunta la madrileña Azahara Rojas, que hizo prácticas en el observatorio como estudiante de Físicas hace 12 años y cinco después fue contratada como divulgadora.

«Estos cielos avivan el deseo de encontrarse a uno mismo y de pensar en lo insignificantes que somos frente a la inmensidad del universo. Estamos centrados sólo en la mitad del paisaje, la terrestre, y nos hemos olvidado de la otra mitad», denuncia Blas Jiménez, nacido en Borobia y formado en Sociología hasta que decidió aparcarla para dedicarse por completo a explicar tanto a pequeños como a mayores lo que es el plano de la eclíptica, por ejemplo.

Para saber más

Ambos se preparan para lo que se les viene encima. Un verano cualquiera, como el del año pasado o éste, suelen atender a cerca de 3.000 personas y recibir el doble de peticiones. «En algunas noches de agosto estamos hasta las cuatro de la mañana haciendo observaciones», cuentan. Previsiblemente, la demanda del próximo verano y del siguiente será desbordante. ¿Por qué? Porque entonces España tendrá la suerte de vivir por partida doble un evento excepcional. Hablamos del mayor espectáculo cósmico que puede verse desde la Tierra, sin necesidad de enrolarse en la NASA ni de pagarle a Elon Musk, Jeff Bezos o Richard Branson un pasaje millonario: un eclipe solar total.

El primero tendrá lugar el 12 de agosto de 2026. Hay que remontarse a 1912, hace más de un siglo, para tener noticias de un fenómeno similar en el territorio peninsular (el de 1959 sólo fue disfrutable en Canarias). Trece comunidades autónomas del norte y centro del país -de Galicia a Baleares y de Asturias a Madrid- se encuentran parcial o totalmente en lo que los expertos denominan franja de totalidad. Es decir, el equivalente astronómico a un palco VIP. En este caso, uno en el que habrá que girar el cuello de oeste a este para admirar cómo la Luna cubre por completo el disco del Sol y cómo la corona del astro rey brilla alrededor del satélite. Todo esto sucederá al atardecer, lo que permitirá presenciar la sombra de la Luna con el Sol muy bajo en el horizonte. Una imagen espectacular, de postal o story, que, en plena temporada alta, será objeto de deseo para astroturistas locales y foráneos.

Vista del cielo estrellado sobre  el municipio soriano de Borobia.
Vista del cielo estrellado sobre el municipio soriano de Borobia.

El segundo eclipse solar total se producirá el 2 de agosto de 2027. En este caso, la franja de totalidad apenas abarcará un cachito del país próximo al Estrecho de Gibraltar: el comprendido entre Jerez de la Frontera y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. A diferencia del anterior, el eclipse tendrá lugar por la mañana. Eso sí, será el eclipse más largo de lo que resta de siglo XXI.

Por si fuera poco, el 26 de enero de 2028 habrá un eclipse anular de sol o anillo de fuego. Este fenómeno, que ocurre cuando la Luna se encuentra en el punto más alejado de su órbita y pasa entre la Tierra y el Sol sin tapar del todo el disco solar, también será visible desde España. La franja de anularidad cruzará la Península de Huelva a Girona justo antes de la puesta de Sol. Con semejante sucesión de eclipses, se espera un impacto sin precedentes en el turismo astronómico de la Península. Está previsto que miles de viajeros se desplacen el bienio que viene hasta nuestro país, ya que será el que mejores condiciones astronómicas e infraestructuras turístico-logísticas presente de todo Occidente. En el Instituto Geográfico Nacional (IGN) se refieren a este insólito carrusel como El trío ibérico. El organismo, en consecuencia, ha creado una web con información y recomendaciones para facilitar sus seguimientos.

Pero al margen de lo que marque el calendario, la eclipsemanía ya ha comenzado. El Parador de Alcañiz (Teruel) colgó hace meses el cartel de completo tras recibir una macrorreserva desde Estados Unidos. Algunos hoteles de la provincia de Castellón también estarán al 100% de ocupación para el primero de los tres eventos. Según datos de Airbnb, las búsquedas en municipios situados en la franja de totalidad del eclipse de 2026 han aumentado un 830%. La plataforma de alojamiento compartido ha elaborado un top ten con los destinos más solicitados, que incluye capitales de provincia como Teruel o Guadalajara y pequeños núcleos de población como Aras de los Olmos o Arcos de las Salinas.

Vista de Borobia, con la Sierra del Moncayo al fondo.
Vista de Borobia, con la Sierra del Moncayo al fondo.

«El eclipse de 2026 es una oportunidad única que sitúa a las comunidades rurales españolas en el centro del mapa mundial. Los anfitriones en Airbnb están abriendo sus puertas a viajeros de todo el planeta, muchos de los cuales jamás habrían descubierto estos municipios», apunta Jaime Rodríguez, director general de Airbnb Marketing Services. La plataforma ha detectado que las familias y/o los grupos de más de tres personas representan el 71% de las búsquedas, muy por delante de parejas (21%) y viajeros solitarios (8%). Recordemos que este eclipse viene con el bonus de las Perséidas en una noche que, naturalmente, será sin luna», subraya Rafael Bachiller, director del Observatorio Astronómico Nacional, divulgador científico y presidente de la comisión interministerial creada por el Gobierno para las actuaciones relacionadas con el trío de eclipses.

"Vivimos en un mundo de pantallas muy loco y lo que ofrece el astroturismo es parar y tener un momento de tranquilidad bajo el firmamento"

Francisco José Rubio gestiona desde octubre el hotel rural El rincón de Borobia, propiedad del Ayuntamiento. Tiene seis habitaciones con capacidad para 13 personas. «El invierno fue tranquilo, pero desde Semana Santa está siendo un no parar. ¿El eclipse de 2026? Lo tengo todo lleno desde una semana antes y hasta una semana después. Esos días van a ser una locura... La gente es consciente de que va a ser un momento único en sus vidas y no está dispuesta a perdérselo», comenta quien, además, trabaja como guarda rural.

La consultora Perryman Group estimó en 6.000 millones de dólares el impacto generado por el eclipse solar del 8 de abril de 2024 en Estados Unidos. Al cambio, una sexta parte de lo que mueve un acontecimiento deportivo tan consolidado como la Super Bowl. Poca broma. Cerca de cuatro millones de estadounidense viajaron específicamente a la franja de totalidad con más ilusión que si lo hubieran hecho para presenciar el espectáculo piromusical que clausura los parques Disney. El estado de Nueva York registró un 45% más de visitantes durante el fin de semana del evento. Texas y Oklahoma también multiplicaron sus actividades económicas.

Javier, Darío, Blas y Azahara, con las gafas homologadas para ver el eclipse.
Javier, Darío, Blas y Azahara, con las gafas homologadas para ver el eclipse.

Antonia Varela vivió en Arkansas el pistoletazo de salida de la eclipsemanía. «Recuerdo que donde estábamos había un rebaño de vacas y que la que parecía la guía se quedó quieta [cuando la Luna tapó al Sol] para decidir qué hacía el rebaño... Se fueron a dormir y cuando se acabó, volvieron», explica. Varela es la directora de la Fundación Starlight, la entidad creada en 2009 por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) con el objetivo de proteger la calidad del cielo nocturno y promover el astroturismo en nuestro país. Así que conoce a la perfección cómo ha ido evolucionando esta industria sostenible y el fenomenal desafío al que se enfrenta con tanto evento cósmico. La Asociación Nacional de Empresas de Astroturismo (ANEEA) aprovechó la última edición de Fitur precisamente para presentarse oficialmente.

«Empecé a hacer estadísticas en 2019 y la demanda en España de actividades astroturísticas (cursos de formación, certificaciones, etc.) ha aumentado más del 400%. Informes internacionales de Tripadvisor y Booking confirman igualmente este crecimiento», asegura. Y, ya sí, se pone las gafas protectoras homologadas para hablar del trío ibérico. «Va a ser un momento crucial en España para poner en valor nuestros cielos y poder cuidarlos y protegerlos. Yo creo que no somos ni conscientes del atractivo que tienen los eclipses para millones de personas. Además, España será casi el único lugar del mundo para ver el de 2026 con Groenlandia y el Estrecho de Bering... ¿Dónde va a preferir ir la gente? Vamos a tener por aquí a americanos, japoneses... No te imaginas la cantidad de grupos que nos han llamado para organizar sus viajes. Gente que, además del eclipse, busca algo más».

"Estos cielos avivan el deseo de encontrarse a uno mismo y de pensar en lo insignificantes que somos frente a la inmensidad del universo"

Bachiller fue miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO e impulsó en sus páginas deEl pronóstico del cielo, una sección pionera en la prensa española. Con la experiencia que confiere llevar toda la vida mirando al firmamento pero también recorriendo ferias de ecoturismo por los pliegues más recónditos de la piel de toro, aprovecha para lanzar un consejo: «Estas poblaciones deberían ofertar paquetes que incluyan experiencias para disfrutar del patrimonio, la gastronomía o el paisaje locales, esa riqueza que tiene nuestra España rural y que puede asociarse de manera muy efectiva con el turismo de estrellas».

Blas Jiménez, en la tienda del observatorio.
Blas Jiménez, en la tienda del observatorio.

Borobia se encuentra en el noroeste de la provincia de Soria, en la linde con la de Zaragoza. Dista casi 250 kilómetros de Madrid y 450 de Barcelona. Está situado a 1.150 metros de altura y justo enfrente del corazón del Moncayo. A lo largo de su Historia ha pertenecido a tres reinos: los de Aragón, Navarra y Castilla. En el solar del antiguo castillo -del que recibe su nombre- se encuentra el observatorio donde trabajan permanentemente Blas y Azahara, apoyados este verano por los estudiantes Javier Aguayo y Darío Cantón. El centro fue inaugurado en 2002 como centro pionero en la didáctica de la astronomía gracias al impulso de la asociación cultural La Raya y al apoyo del ayuntamiento.

«Íbamos a buscar financiación y nos miraban como si fuéramos marcianos», cuenta Blas sobre los tiempos en los que sólo en el pueblo se confiaba en que el proyecto podía ser motor de lo que ahora se conoce como desarrollo sostenible. Ni en la Diputación ni en la Junta creyeron que el cielo oscuro podía llegar a convertirse en el petróleo de la Serranía Celtibérica. «Algo bueno tenía que tener la despoblación», ironiza el astrónomo. Fueron los fondos europeos los que permitieron la supervivencia de las instalaciones, gestionadas ya en solitario por el Ayuntamiento desde 2015. Y los que, justo ahora, en vísperas del trío ibérico, van a propiciar su ampliación.

"Desde Semana Santa está siendo un no parar. ¿El eclipse de 2026? Lo tengo todo lleno desde una semana antes y hasta una semana después"

En las paredes exteriores del frontón del pueblo hay dibujados todo tipo de motivos relacionados con los astros. De los planetas del Sistema Solar a la estación con forma de dónut de 2001: una odisea del espacio. De un cacharro orbital que recuerda vagamente al Hispasat al asteroide de El principito. El día de mediados de julio que visitamos el pueblo, una grúa descargaba una veintena de planchas de hormigón en el centro, junto al frontón. Cada plancha tenía un número pintado en rojo en el canto para facilitar su colocación en lo que será la envolvente exterior del observatorio-planetario. Se supone que las obras estarán terminadas en unos nueve meses. Permitirá que los colegios no tengan que aplazar sus visitas cada vez que haga mal tiempo y complementará la oferta divulgativa del centro no sólo de cara al eclipse.

El grupo de astroturistas, en Borobia, en torno al telescopio 'El coyote'.
El grupo de astroturistas, en Borobia, en torno al telescopio 'El coyote'.

«Hay quien dice que la gente se echa a llorar», comparte en su despacho casi a modo de confidencia José Javier Gómez Pardo, alcalde de Borobia (PSOE) y hermano mayor de Miguel, el primer edil que apoyó la construcción del observatorio. Gómez Pardo batalla ahora para que le abran el grifo presupuestario lo suficiente para hacer realidad el albergue para 60 personas y el parque astronómico que estaban incluidos en la memoria original del proyecto.

«Si no fuera por el observatorio y el turismo que atrae, este pueblo estaría prácticamente liquidado», admite el guarda rural y hostelero Rubio. «Yo tengo 28 años, pero en la zona la media de edad es de 70. En invierno estamos aquí tres o cuatro parejas jóvenes. Con eso no es suficiente para repoblarlo».

Tal vez la eclipsemanía sea tan mágica como para hacer que algún visitante se convierta en residente. Por atractivos no será: toda la provincia de Soria, a la que los divulgadores de Borobia salen cada verano media docena de veces con sus telescopios portátiles, fue declarada Reserva Starlight en 2023. La enfermera Amaya Monasterio se ha traído a su hijo Xabier desde Vizcaya para participar en una observación diurna y otra nocturna.

-¿El ser humano puede vivir sin mirar al cielo?

-Esa pregunta tan trascendente no te la puedo contestar... No lo sé. Habrá gente para la que no suponga una prioridad existencial, pero a mí me parece una actividad muy interesante. Me acuerdo que, de pequeña, en un pueblo de Burgos, miraba hacia arriba y contemplaba las estrellas. Ahora hacía años que no las veía.

Atardecer visto desde el observatorio a la misma hora del eclipse del año 2026.
Atardecer visto desde el observatorio a la misma hora del eclipse del año 2026.

Agustín Matilla y Clara Wiegel llegan con su hijo Calvin desde Ámsterdam. «Estuvimos ya hace un par de años y nos gustó muchísimo. Hubo Luna llena y pudimos verla estupendamente. Fue una experiencia fantástica», reconoce Matilla, de orígenes sorianos. «¿Qué me imagino que va a pasar el año que viene? Conociendo un poco a la gente, va a ser una fiesta. Todo el mundo quedará encantado».

El skyline de Borobia está coronado por el bol invertido que protege de las inclemencias meteorológicas los dos telescopios del observatorio: El coyote, un Schmidt-Cassegrain automatizado de 402 milímetros de diámetro, e Ícaro, de 72 milímetros y usado específicamente para mirar al Sol y sus fulguraciones. «Sí, hombre, esos rayitos que le dibujamos cuando somos pequeños...», explica Azahara. A El coyote lo bautizaron así por la canción de José Alfredo Jiménez que habla de un bandido robanovias y que en las fiestas del pueblo es una especie de himno. El nombre del segundo no requiere mayor explicación.

-¿Qué planes tenéis para el eclipse de 2026 y los dos siguientes?

-Blas: Hemos diseñado un plan ambicioso con actividades programadas varios días antes y después que eviten que la gente venga a estar aquí sólo dos horas. Hablamos de observaciones solares, marchas nocturnas, talleres para mayores, zona de acampada, conciertos... Llevamos casi un año avisando de lo que puede suponer un evento así para que tratar de concienciar en lo que tiene que ver con la prestación de servicios, el riesgo de incendio, el movimiento de personas...

-Azahara: A mí me preocupa el carácter español: la improvisación, el dejarlo todo para el último momento.

-¿Os gustaría que ese día os acompañase algún científico o invitado especial?

-Blas: Me encantaría que viniese Rafael Rebolo, el ex director del Instituto de Astrofísica de Canarias.

-Azahara: Sería un puntazo que estuviera con nosotros Brian May, el guitarrista de Queen y astrofísico. En el 20 aniversario del observatorio nos pusimos en contacto con su representante para traerlo, pero estaba de gira en EEUU. Pero sabemos que cada año viene al Festival Starmus de Canarias así que...

La madrugada avanza y por las pupilas de los reunidos en la cúpula del observatorio de Borobia desfilan la Nebulosa del anillo, el cúmulo abierto de La laguna, la estrella doble Albireo y la galaxia de Andrómeda. Sólo la rotación de El coyote rompe por unos instantes el silencio. Pero es prácticamente música celestial. Ya lo dijo El principito a propósito del espectáculo insuperable del cielo oscuro: «Por la noche me gusta oír las estrellas. Son como 500 millones de cascabeles».

HISTORIAS
Jean-Yves Jouannais

El filósofo de los castillos de arena: "Construirlos es enseñar la finitud del mundo y el carácter efímero de la vida"

El escritor y crítico de arte francés reflexiona sobre el sentido metafísico de las fortalezas infantiles a orillas del mar en su ensayo 'Las barreras de arena'. "Tras su fachada lúdica transmitimos a nuestros hijos el goce de la destrucción", asegura armado con cubo y pala desde la playa de La Barceloneta

Jean-Yves Jouannais, en la playa de La Barceloneta.
Jean-Yves Jouannais, en la playa de La Barceloneta.
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Cubo. Pala. Rastrillo, si acaso. No hace falta más. O sí. Arena húmeda. Un trozo de orilla lo suficientemente despejada como para fundar un imperio. Ninguna prisa. El convencimiento de que lo bello y efímero compensan el castigo del sol. Y, por último, la esperanza de que por una vez el mar será indulgente... aunque sepamos que eso es imposible.

Jean-Yves Jouannais lo tiene claro cuando se le pregunta por el castillo de arena más memorable de su vida. «Debía tener 12 años. Estaba con mi padre y con mi hermano dos años menor que yo en la región de la Vendée, más popular y familiar que Biarritz», sitúa en el mapa de Francia. «Habíamos hecho unas plataformas con unos trocitos de madera. Estuvimos toda la tarde trabajando en aquel castillo. Era realmente tan guay que la gente se acercaba a verlo. Mi hermano y yo estábamos superorgullosos de nuestro padre. Lo hicimos no demasiado cerca del agua, así que las olas no lo destruyeron rápidamente».

Aquel preadolescente que puso en pie una fortaleza frente al Atlántico es hoy sexagenario. A lo largo de su vida, ha llevado a cabo innumerables veces el mismo ritual recreativo-arquitectónico con sus propios hijos. Ahora, con la experiencia acumulada en la playa y la intuición de que dicha actividad es más que un simple matarratos, Jouannais acaba de publicar en castellano Las barreras de arena. Tratado de castillología costera (Acantilado). Un trabajo tan fascinante como inclasificable.

Para saber más

«Incluso yo mismo soy incapaz de describirlo...», reconoce el autor nacido en Montluçon, en el centro del Hexágono, en 1964. «Diría que es una especie de psicoatlas, un proyecto sentimental que traduce por escrito el vínculo con mi padre y con mis hijos. De una forma extraña y no prevista, se acabó convirtiendo en una mezcla de diario, ensayo y novela».

Que nadie se asuste. El redactor jefe de la revista Artpress durante casi una década (1991-1999) y profesor en la Escuela de Bellas Artes de París desde 2013 no obliga a cualquiera que compre un molde de plástico en el bazar de la esquina a aprender a distinguir caponera, revellín y borje. Lo que plantea es una relectura de la construcción de los diques en miniatura desde los parámetros de la sociología en chancletas y la filosofía no demasiado intimidatoria. Aunque es cierto que, para los más entusiastas, en ciertos pasajes propone una revisión de los hitos de la ingeniería militar con resonancias hídricas. Así, en su tratado hay referencias al asedio de Troya y a la Operación Castigo de la II Guerra Mundial junto a vivencias del propio Jouannais en playas y riberas. Experiencias que le llevan a teorizar sobre un tema inexplicablemente virgen.

Por ejemplo: «El chaval que hace una barrera no está de vacaciones, no hace deporte, no está para broncearse, ni para nadar. Está ahí, eventualmente, para remojarse cuando tiene demasiado calor, pero no le gusta particularmente el agua», escribe. «Se trata de una actividad para quien se siente culpable por estar de vacaciones cuando los otros trabajan».

O también: «No puedo creer que una actitud, una familia de gestos, una ocupación como la de la construcción de barreras, ya se llame fuertes de resistencia o búnkeres de arena, no se halle relacionada con una fuente muy antigua, no sea el sucedáneo de un ritual más o menos antiguo, el relicario de un culto público, oficial [...] Quiero descubrir, para darle un nombre y visualizarla, sobre todo, la primera barrera en la playa y comprender de qué ceremonia formaba parte».

¿Es difícil construir un castillo de arena?
En absoluto. El problema surge cuando uno se plantea lo que se puede comentar al respecto. Ahí radica su misterio, y es un misterio un tanto ridículo. Si yo te encontrara a ti a la orilla del mar y me cayeras simpático, seguro que encontraría algo de qué hablar: fútbol, política... Sin embargo, el tema de los castillos de arena no existe. Todo el mundo construye castillos de arena, pero nadie habla de ello. Nunca vas a encontrar a nadie que venga a preguntarte. Pensemos en alguien que está, por ejemplo, volando una cometa. O pescando. Es fácil acercarse con niños y decir: '¿Qué se pesca por aquí?'. En cambio, con los castillos el diálogo es una anomalía. Porque es algo que en principio se hace en familia. Y, tal vez, por pudor. Porque, ¿qué vas a preguntar?: '¿Dónde ha comprado el cubo? ¿Por qué construye esta ciudadela? ¿Quiere que le preste mi pala?'.
Usted cita al marqués de Vauban, mariscal del siglo XVII, consejero de Luis XIV y genio de las fortificaciones. Su figura podría servir para romper el hielo...
La arquitectura de los castillos es muy particular. Contrariamente al resto de construcciones, incluida la cabaña de madera, no tiene plano. En la playa es una actividad muy intuitiva y, por tanto, improvisada. No se decide de antemano si el castillo va a tener tres torres o 12. Para que la cosa sea divertida y lúdica, los niños tienen que sentirse muy libres.
¿Cuál es el mejor momento del día no sólo para construir un castillo, sino para suscitar el interés de otras personas?
Evidentemente, depende del lugar y de las mareas. No hay muchos condicionantes más. Tienes entre 30 minutos y una hora para hacerlo.

Jouannais charla a la hora del segundo café en el jardín de un hotel de la Ciudad Condal después de aceptar ser retratado en plena faena en La Barceloneta cuando los bañistas estaban quitándose las legañas. «Han sido ustedes unos sádicos», bromea, con los pies todavía frescos. «Es el primer castillo de arena que he hecho solo en mi vida. Llevaba tiempo sin practicar. Mis hijos ya son mayores», lamenta.

Cuenta el profesor que en el pueblo normando de Arromanches, frente al Museo del Desembarco, cada verano se celebra un concurso. Un centenar de familias se cita allí para amasar el montículo de arena más sólido. Nietos y abuelos -los últimos supervivientes de la carnicería europea de mediados del siglo XX- crean mazacotes rodeados de fosos que compiten contra los de otros clanes y contra el propio océano. Gana el último en perder la banderita que luce la almena más alta.

"Tras la fachada lúdica de los castillos de arena, transmitimos a nuestros hijos una cierta forma de excitación y el goce de la destrucción"

Y eso le da pie a Jouannais, que desde 2008 hasta 2020 comisarió un proyecto llamado Enciclopedia de las guerras en el Centro Pompidou de París, a compartir su hipótesis más arriesgada: que la construcción de una fortaleza de arena no es un pasatiempo infantiloide ni algo que se hace por mero placer estético, sino un reflejo de nuestra naturaleza humana más obstinada y resiliente. Es decir, de nuestra inclinación al conflicto bélico.

«Creo que al menos funciona así para los franceses, por unos motivos muy concretos que explico en el libro, y en particular en relación con el conocido como Muro del Atlántico. Es decir, la cadena de fortificaciones construida por el ocupante alemán», razona. «Precisamente por eso mi historia de castillos de arena funciona menos bien en el Mediterráneo o en litorales donde no hay mareas tan fuertes o la arena es de una calidad diferente. Se habla fundamentalmente de materias primas como el petróleo, el agua, del uranio... Pero no de la escasez de arena».

Es verdad que se ha convertido en un codiciado recurso geoestratégico. Hay territorios que han ganado o están ganando terreno al mar con la arena: Singapur, Gibraltar, China...
Y ahí hay también un vínculo indirecto con la guerra, ya que todas las guerras sin excepción son guerras de extracción de recursos. Incluso las guerras religiosas, donde lo que se intenta es extraer el alma y la conciencia del otro. Volviendo a los castillos, diría que tras la fachada lúdica de los castillos de arena, transmitimos a nuestros hijos una cierta forma de excitación y el goce de la destrucción.
Le cito: "También ahí el niño aprende a cavar la tumba de los padres, a preparar al huérfano que lleva dentro". ¿La pala sugiere un primer contacto con la muerte?
Esa es mi intuición. Pero lo creo por un motivo muy personal que tiene que ver con mi abuelo paterno, un soldado que murió ahogado en 1945. Siempre he relacionado, de alguna manera, el momento en que mi abuelo se ahogó con estos castillos de arena, que actuaban como homenajes.
Usted ha llegado a la conclusión de que estas construcciones proporcionan un placer que tiene que ver con la destrucción, con el regreso a la nada. ¿Podrían entenderse, por tanto, como un alegato nihilista en un mundo donde todo parece obedecer a un propósito?
Construir castillos de arena es enseñar la finitud del mundo y el carácter efímero de la vida. Y también es un aprendizaje del concepto de ruina, que es un tema que hoy se les plantea a los arquitectos. Un ingeniero forestal aprende, a lo largo de sus estudios, cómo hacer crecer los árboles y cómo podarlos. Cómo protegerlos y cómo deben morir. Un arquitecto no aprende esto aplicado a los edificios, y a mí me parece extraño.

"Su arquitectura es muy particular, no tiene planos. Para que la cosa sea divertida y lúdica, los niños tienen que sentirse muy libres"

Antes lo ha insinuado. ¿Es diferente hacer un castillo en el viejo mundo (Europa) y en otras partes del planeta?
A ver, yo no soy una persona muy viajada... Como se trata de un tema cultural, los castillos de arena resuenan de forma diferente en función del lugar del mundo donde se construyen. No estoy seguro de que en las playas de México o de Florida se construyan castillos de arena.
¿Hacer castillos de arena en el mundo ultratecnológico en el que vivimos, donde las tareas manuales cada vez son más escasas debido a la digitalización a gran escala, sigue teniendo sentido o todo lo contrario?
En internet hay tutoriales de cualquier cosa imaginable. Igual me equivoco, pero estoy convencido de que no hay ninguno para construir un castillo de arena, que es una cosa muy básica, casi un retorno al art brut. Otra cosa muy bonita que no menciono en el libro es una expresión en francés muy rara. Se remonta al siglo XIII y aparece en el poema medieval El romance de la rosa, donde se compara a la mujer amada con un jardín. Y en un momento dado se dice que este amor es como bâtir des châteaux en Espagne. Literalmente, como construir un castillo en España. Esa expresión hace referencia a tener un sueño imposible o irrealizable, y ahora es de uso común en el lenguaje cotidiano. Ayer la comentaba aquí en Barcelona, pero nadie la conocía.