Si te has portado bien, al pie del árbol encontrarás un frasco de colonia, un pijama de franela, un libro. Aunque esa noche sientas menos frío la tela acabará gastándose, y el perfume se oxidará sin que la costumbre vacíe el frasco. El ciclo de la vida: te regalarán otros pijamas y otras colonias, olvidarás el estampado, te sustituirán el olor. Junto a las pantuflas y las zapatillas de deporte identificarás tus compras de ayer en el centro comercial: la barra de labios, el pañuelo, la esterilla de yoga. Así transcurre la vida si te has portado bien: primero el desvelo antes y la frustración después, luego la ilusión de escoger cuando te desvelan el secreto, más tarde el aburrimiento y la prisa y el carro virtual, al final te mueres. Recogerás el papel arrugado, los vasos de chupito -un poco de anís, todavía: apúralo-, el envoltorio de los polvorones; lograste no incluir leche en las ofrendas. Cumplido el ritual, te sentarás a hojear el libro. Quien te lo regala lo ha escogido porque le gustó, o porque le gustó a un amigo, o porque le gustó a la librera. Porque lo recordaba de una lista con lo mejor del año. Por la cubierta. Ese libro, y no otro, porque disponía de quince minutos a la hora de comer, y lo colocaron en la mesa de la entrada, y en ese rato le tocaba lo tuyo y lo de otro y llamar a no sé dónde y a saber. Te regalarán un libro. Tú te repantigarás en el sofá y te asomarás a la contra, que redactó una externa que con ese dinero habrá depositado una corbata encima de las botas de su padre. Una página, dos, tres. Lo leerás, o no. Te gustará, o no. No nos importa.
¿Por qué leemos? La pregunta implica un deseo. Existen respuestas múltiples posibles, tantas como personas que leen o que no leen, tantas como instantes en la vida de quienes leen: no contestaría lo mismo la persona que soy ahora, mientras escribo entre el lunes y el jueves de la última semana laboral del año -este párrafo a medias porque se me cruza la fecha de otra entrega, y me disperso-, que quien seré cuando me leas, a saber cuándo, a saber cómo. Otra pregunta, también: ¿para qué leemos? La primera -por qué- tiene que ver con el estímulo que origina nuestra decisión; la segunda -para qué-, con lo que se pretende recoger de esta lectura. Nos la planteamos desde un lugar distinto, con otra intención, hacia otra intención: implica una finalidad. Pensaba en los motivos por los que leo, y pensaba también en las consecuencias que busco cuando leo. Depende del libro, de la situación, de mis propias circunstancias. En ocasiones, para escapar: los cuentos del transporte público o los poemas ya en la cama, veinte minutos antes de apagar la luz; por gusto ingenuo, y puro, y necesario. Otras veces leo para aprender, porque un tema me interesa y despierta mi curiosidad, y me entrego a las bibliotecas y la segunda mano. También leo para escribir: para identificar la manera en la que los demás se relacionan con las palabras, y afinar la mía, y que encaje en lo que necesito para un texto, o para desencallar una idea que no avanza. Y más razones que no se me ocurren, y más finalidades que he olvidado, y lo que a mí no me sirve pero al resto sí, y bien.
"Cada libro -todos- nos proponen una visión del mundo: por poco interés que nos despierten, obedecen a un acto de generosidad"
Leer implica aceptar un pacto con quien ha escrito. Establecer una relación de confianza con alguien que ha invertido su tiempo y energía en ese libro. Alguien que creyó que una idea merecía la pena, que escribió y reescribió y escuchó y se tragó el orgullo y descartó y escribió una vez más y te entregó puede que no la versión más fiel a sus intenciones, seguro que sí la mejor que afrontó en ese momento y con esas circunstancias. Cada libro -todos- nos proponen una visión del mundo: por poco interés que nos despierten, por mediocre que entendamos su resultado, obedecen a un acto de generosidad. Por eso me llama la atención cuando alguien plantea sus lecturas igual que una carta a los Reyes Magos: quiero la muñeca no sé qué, el juego de mesa no sé cuál, trescientas páginas que reafirmen mis ideas y un personaje que actúe tal como yo espero, aunque se aleje de la intención de quien se lo imaginó, quinientos versos con los giros allá donde me plazca, y no donde convenza a quien los firma. En estos momentos alguien regresa de la sala de pimpón de su empresa tecnológica, y se acomoda frente al ordenador, y programa el formulario que generará el libro de tus sueños: rellenarás campos con tono y extensión, carácter de los protagonistas, número de secundarios, exigencia de lenguaje, y a los pocos minutos lo recibirás en tu correo electrónico, listo para satisfacerte. Mientras tanto, alguien se prepara un café para no rendirse al final de la jornada, y enciende su portátil mientras escucha el ronquido de su pareja en la otra habitación, y dice en voz alta un poema que no termina de sonarle bien, o lucha de nuevo con una escena que tampoco funciona. Ese libro te esperará junto al árbol, junto a los zapatos, junto a la colonia y el pijama de franela: quizá alejado de tus expectativas, acaso imperfecto, seguro que necesario.
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