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Los sindicatos deberían preguntarse también los motivos por los cuales la mayoría de trabajadores europeos prefiere a la derecha y a la ultraderecha
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en la manifestación del Primero de Mayo en Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Doble mensaje de los sindicatos con motivo del 1 de mayo. Uno en clave doméstica -la reducción de la jornada de trabajo- y otro de aires internacionalistas -plantar cara al populismo y a la ultraderecha.
No podía faltar en una jornada tan señalada el preceptivo balón de oxígeno a Yolanda Díaz, que ha encadenado su futuro político a la aprobación en el Congreso del proyecto de ley de modificación de la jornada laboral para fijarla en 37,5 horas semanales.
La presión mediática sobre este asunto es imprescindible para que llegue a buen puerto. Hay que conseguir que cuando el proyecto de ley arribe al congreso (el Consejo de Ministros debía remitirlo a las Cortes el pasado martes), pero el gran apagón, pío, pío, que yo no he sido, aconsejó el aplazamiento) le tiemblen las piernas a Junts.
Los de Puigdemont, nuevamente en el papel de emperador romano decidiendo sobre la vida o la muerte de un proyecto de ley, son sensibles a las demandas de la pequeña y mediana empresa que es contraria a la norma que impulsa el gobierno. Pero al mismo tiempo son conscientes también de que el aparato mediático gubernamental puede ahogar los argumentos de interés general que aconsejarían desvirtuar sustancialmente la norma. Despojada la discusión de los matices, temen acabar entre la espada y la pared cuando el debate se reduzca como siempre al binarismo más tronante: ¿estáis con los trabajadores o en su contra?
Carles Puigdemont escucha a todos. A Antoni Cañete, presidente de la pequeña y mediana empresa catalana (PIMEC), a Yolanda Díaz, con quien según personas que siguen de cerca los entresijos negociadores despacha directamente la cuestión, a la corriente de izquierdas de su partido, al resto de agentes sociales y a todo quisqui que tenga algo que decir.
Pero es una incógnita hacia dónde apuntará finalmente su pulgar. De momento, el mensaje hacia fuera -hay que hacerse creíbles en la negociación- es que tal como llegará redactada la propuesta de ley al Congreso, lo que ésta merece es una enmienda a la totalidad.
Díaz: ''Va a ser el último Primero de Mayo en el que vamos a tener una jornada de 40 horas''
Aun así, destacan al mismo tiempo que la debilidad política de Yolanda Díaz permitirá una negociación lo suficientemente ambiciosa por parte de Junts que puede permitir incorporar al texto las demandas más acuciantes de la pequeña y mediana empresa; cuestión esta que facilitaría su voto favorable.
Si este último escenario es el que se acaba concretando, los propios junteros alertan de que ellos ya no serían el problema, pero que quizás sí lo acabaría siendo Podemos. Los junteros lamentan además la dejadez del PSOE que, según su parecer, espera de Junts que haga el trabajo sucio frente al socio de coalición de gobierno. Será esta una de las medidas laborales con menos presión social detrás para su aprobación. Uno de los mejores ejemplos hasta la fecha de cómo una reforma laboral se acaba abriendo camino no por presión de los propios trabajadores, sino por la necesidad táctica de las élites políticas y sindicales de izquierda.
La otra derivada de los discursos sindicales del 1 de mayo ha sido el trumpismo, la lucha contra los aranceles, el auge de la ultraderecha en y el recorte de los derechos sociales que las centrales sindicales asocian a esta oferta política.
Sobre la lucha sindical del presente contra los aranceles, un pequeño apunte: ¡Qué mal han envejecido las grandes manifestaciones del siglo pasado contra las tesis globalizadoras que contaban con apoyo sindical! Todas las ideas, también las de los sindicatos, tienen validez temporal.
Ha querido el calendario que el 1 de mayo se celebre inmediatamente después del congreso del Partido Popular Europeo celebrado en Valencia y que ha supuesto la renovación de mandato como presidente del alemán Manfred Weber.
Si nos referimos al evento conservador es porque guarda relación con los discursos que se han escuchado durante el 1 de mayo referidos a la ultraderecha. Rescatamos en este sentido el recado que el nuevamente aclamado líder del centroderecha europeo mandó en su discurso a los socialistas continentales: no vamos a aflojar en nuestras convicciones para contentar a la izquierda. Y si eso quiere decir recibir los votos de la ultraderecha que así sea.
Así que mientras los sindicatos mayoritarios porfiaban ayer en la calle por frenar el auge de la ultraderecha, el Partido Popular Europeo, principal partido del Europarlamento, abría la víspera en Valencia la puerta de nuevo a pactar algunas de sus políticas con la derecha radical, alternativa o ultra, como prefieran.
Y no por gusto. Sino por los corrimientos de voto que se han producido en las sociedades europeas y que han llevado a la ultraderecha -segunda fuerza en el Parlamento Europeo si no estuviera inevitablemente dividida en tres grupos - a comerle la tostada, o a amenazar con hacerlo, al centroderecha que representa Manfred Weber.
Pues bien, de vuelta a los sindicatos, les convendría tomar nota de estas palabras. Puesto que gustaron de insuflar a las manifestaciones de la jornada de ayer un aire de reivindicación internacionalista, deberían preguntarse por qué cada vez son más (ya la mayoría) los trabajadores europeos que prestan su apoyo a la derecha y a la ultraderecha. Aunque también es cierto que es de lo más humano no hacerte según qué preguntas si sabes de antemano que la respuesta no será de tu agrado.
Doble mensaje de los sindicatos con motivo del 1 de mayo. Uno en clave doméstica -la reducción de la jornada de trabajo- y otro de aires internacionalistas -plantar cara al populismo y a la ultraderecha.