LA LECTURA
El libro de la semana
Crítica

La biografía de Franco que gustará a Pedro Sánchez

Publica Julián Casanova un texto sobre la vida del dictador poco riguroso, lleno de lugares comunes y 'verdades' estereotipadas que ignora la mayor parte de la reciente historiografía sobre la Guerra Civil y el franquismo

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En el prólogo a Las caras de Franco (Siglo XXI, 2017), un libro colectivo dirigido por Enrique Moradiellos, el catedrático de la Universidad de Extremadura y miembro de la Real Academia de la Historia recordaba la premisa básica de la que partió Ian Kershaw para enfrentarse a la biografía de Hitler: "Es necesario examinar la dictadura además de al dictador". Y citaba también a Richard Overy que, para abordar las personalidades del propio Hitler y de Stalin, afirmaba que sus biografías tenían "que ser una historia de su vida y su tiempo", ya que no cabe "limitarse a la imagen simplista del déspota omnímodo, porque las dictaduras no las edificó y dirigió un solo hombre, por ilimitada que fuera la base teórica de su poder". Pues bien, Julián Casanova hace todo lo contrario en la obra que la editorial Crítica acaba de publicar con el concreto título de Franco.

FRANCO

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Para asombro de muchos de sus colegas, Casanova afirma en las primeras páginas: "Por mucho que se quiera difuminar su figura, poner énfasis en el entramado complejo de intereses y apoyos de la prolongada dictadura, siempre sale a la luz su papel central en las decisiones fundamentales. Mientras él vivió, fue imposible acometer transformaciones políticas reales y en las casi cuatro décadas de su mandato no hubo fricciones importantes en los pilares básicos de su apoyo".

La imagen resultante es la de un dictador descontextualizado, con un destino y "deseo de venganza" ya fijado al cual los acontecimientos externos no determinan. Es curioso, por ejemplo, que al periodo del Frente Popular le dedique apenas unas páginas, ignorando la obra de Roberto Villa y Álvarez Tardío sobre el clima de violencia y el fraude electoral en febrero de 1936; que el asesinato de Calvo Sotelo lo despache en unas pocas líneas y sin citar a Indalecio Prieto, cuya escolta cometió el magnicidio; que no se atreva a ratificar la tesis de Viñas sobre la muerte del general Amado Balmes, pero deje caer que "pudo ser un asesinato preparado por Franco"; que siga manteniendo la versión estereotipada de su nombramiento como Caudillo y de la decisión de liberar el Alcázar antes que tomar Madrid para alargar la guerra, algo sobre lo que Rafael Dávila ha aportado recientemente detalles nuevos; o que al contubernio de Munich (verdadera oposición desde dentro al franquismo), le dedique un solo párrafo.

Sin embargo, es cierto que en esta ocasión, el catedrático de la Universidad de Zaragoza no parece actuar sólo como historiador, sino también como propagandista, en tanto que miembro del comité científico creado por el presidente del Gobierno para conmemorar los 50 años de la muerte de Franco, como parte de la estrategia memoralística del PSOE de utilizar la Historia como herramienta de deslegitimación del adversario político, en este caso el PP. Por si quedaba alguna duda, lo explicitó el pasado sábado en la primera entrevista que concedió (cómo no, a El País) tras la publicación del libro: "Tenemos una peculiaridad en esto", respondió en Babelia sobre el proyecto socialista de memoria, "y no está en Sánchez, sino en un PP que nunca va a participar en esto, en una derecha que no ha sabido abordar nunca un pasado que también perteneció a la derecha de otros países europeos".

Es más, esta obra, de una linealidad insultante, sin novedad historiográfica alguna, llena de lugares comunes y de afirmaciones no demostradas ni contrastadas, parece pensada como el manual de cabecera para la red de profesores, periodistas, historiadores, novelistas y artistas en general que se pondrán al servicio de la anunciada ofensiva ideológica del Gobierno de coalición progresista. ¿Para qué si no empeñarse en una nueva biografía que no es más que una síntesis parcial y escorada de los trabajos académicos de, entre otros, Preston, Fusi, Moradiellos, Suárez, Payne, Tusell o Viñas?

A pesar de que afirma que el franquismo fue un régimen corrupto, no aporta pruebas, como tampoco demuestra la acusación de que Franco murió con "una fortuna millonaria" y permitió a sus familiares un "desenfrenado saqueo" del Estado

No es por tanto casual que la ideología de género aparezca en las páginas iniciales, casi antes incluso que la identificación del dictador español con Mussolini, Hitler y Stalin, algo que repite constantemente, aunque lo matiza en un momento de la obra: "Franco", reconoce, "no tenía [en octubre del 36], una ideología política definida, como la habían mostrado Mussolini, o Hitler ya ates de subir al poder a través de la creación de partidos fascistas y de la movilización de masas". Poco, salvo el nacionalismo, el uso dictatorial del poder y el culto a la personalidad, tenía que ver un régimen nacional-católico con otro nacional-socialista. Y aun así, no deja de calificarlo de fascista, ignorando, de nuevo, la historiografía que ha analizado la complejidad de una dictadura militar que a lo largo de sus casi 40 años fue adoptando diferentes ropajes para conservar el poder. Para calificar de fascista al Franco que en los años 50 y 60 llega a acuerdos con EEUU y el Vaticano, que aprueba un plan de estabilidad y apertura económica y una ley de prensa que permitió cierta relajación de la censura, hay que aplicar una brocha gorda que lo cubra todo.

Pero es el estilo que adopta Casanova en esta obra, cuando, por ejemplo, critica la dictadura porque era "cosa de hombres" y resalta que Franco nunca nombró a una ministra, como si ese fuese un elemento diferenciador del régimen con otros sistemas, incluso democráticos, de la época. También repite en varias ocasiones que se trataba de un "régimen corrupto", pero sólo se refiere concretamente al caso Matesa y a una estafa con aceite de oliva que salpicó a su hermano Nicolás. Luego, eso sí, un aliño a lo Berlanga de los negocios que se hacían en las cacerías, de lo que le gustaban las joyas a Carmen Polo, del ascenso de los Martínez-Bordiú y de cómo una pequeña oligarquía de amigos se enriqueció por su cercanía al poder. Nada nuevo y algo lógico, pero inconcreto. Lo que no logra demostrar tampoco (quizá podría insistir a Sánchez sobre la necesidad de abrir por completo los archivos) es la afirmación de que "Franco murió rico, con una fortuna millonaria, enriqueció a sus familiares, a quienes permitió un desenfrenado saqueo, y concedió un gratificante retiro a los cientos de colaboradores que ya habían disfrutado en el poder de sinecuras y grandes beneficios". Habla sí, de los 34 millones de pesetas que tenía Franco en 1940, del Pazo de Meirás, de la finca en Guadarrama, del palacio de Cornide en La Coruña, y del arreglo de su casa natal en Ferrol, pero sin concretar en qué consistió esa "fortuna millonaria" ni el "desenfrenado saqueo". Sobre los judíos españoles, en fin, sólo dice disparates y, despreciando todo lo que se ha publicado ya, afirma que Sanz Briz, en Budapest, actuó "sin el consentimiento del Ministerio de Asuntos Exteriores".

Este libro de Casanova, por tora parte, un historiador solvente en obras como La iglesia de Franco (Crítica, 2005), defraudará a muchos lectores pero gustará a uno: Pedro Sánchez.

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LA LECTURA

Han Kang

"Cuando me llamaron del Nobel, apagué el móvil y me tomé una manzanilla con mi hijo. Necesitábamos calmarnos"

La última ganadora del máximo galardón de Literatura habla sobre la fama repentina, la crisis política de Corea del Sur y su nueva novela, 'Imposible decir adiós'

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El 10 de octubre del año pasado, la novelista y poeta Han Kang acababa de cenar con su hijo de 24 años en su casa de Seúl. Estaban discutiendo qué té tomar -de menta, de bayas o de manzanilla- cuando sonó el teléfono. Era la Academia Sueca de Estocolmo, que le comunicaba que le habían concedido el Nobel de Literatura. Lo primero que pensó fue comprobar las noticias, que confirmaban que, efectivamente, era la primera escritora coreana galardonada con el Nobel. A sus 54 años, es joven para los estándares del premio. No podía llamar a nadie, ni siquiera a sus padres, porque su móvil estaba "ardiendo" de mensajes. Apagó el sonido y ella y su hijo volvieron a la cuestión del té. Se decidieron por la manzanilla. "Pensé que necesitábamos calmarnos", se ríe en una videollamada desde Seúl. "Fue una tarde muy, muy tranquila".

La tarde no fue tan serena en el resto del país. La fiebre Han Kang se extendió por Corea del Sur: las reuniones del Gobierno se interrumpieron para celebrar la noticia; las imprentas no daban abasto con la demanda de sus libros; el precio de los ejemplares de segunda mano se disparó, y se disparó la moda de transcribir su obra y colgarla en las redes sociales. Han no estaba preparada para su nuevo estatus de heroína nacional. "Demasiada atención no es muy buena para los escritores", dice en su cuidado inglés. "Necesitas el anonimato, poder pasear por la calle. Necesitas tu calma interior".

Con un grueso jersey gris, la cara enmarcada por un largo flequillo con un mechón plateado, la autora irradia compostura desde una distancia de más de 8.000 kilómetros. Aunque es de noche en Seúl, los altos aleros con vigas de madera de su casa tradicional coreana dan la impresión de luz solar. Vive con su hijo, divorciada de su padre, crítico literario y profesor, desde hace muchos años. Su fondo en Zoom no delata nada: no hay la parafernalia habitual de los escritores, ni estanterías ni fotografías. Después de dejar su trabajo como profesora de Escritura Creativa en el Instituto de las Artes de Seúl en 2018, Han y su hijo regentaron Onulbooks, una diminuta librería (de unos 10 metros cuadrados) en un callejón del centro de la ciudad.

Los fans se reunieron fuera tras el anuncio del Nobel. No ganaba mucho dinero, pero a ella le encantaba comisariar y ordenar los libros con recomendaciones escritas a mano. "Incluso me gustaba encender las luces por la mañana y apagarlas al cierre", explica. "Fue un secreto durante un tiempo, pero ya no desde el otoño pasado". Ahora ha cedido su gestión diaria al gerente.

Como principal cronista del sangriento siglo XX en Corea del Sur, ha llegado a ser considerada la portavoz y la conciencia de su país, arrojando luz sobre algunos de sus períodos más oscuros de su lucha por la democracia

Parece casi imposible que esta escritora de voz suave sea la autora de una obra tan profundamente perturbadora. "Todas mis novelas son variaciones sobre el tema de la violencia humana", ha dicho ella. Como principal cronista del sangriento siglo XX en Corea del Sur, ha llegado a ser considerada la portavoz y la conciencia de su país, arrojando luz sobre algunos de sus períodos más oscuros de su lucha por la democracia.

Su novela de 2016, Actos humanos (Random House) es un estremecedor relato de la protesta estudiantil brutalmente reprimida contra el gobierno autoritario en mayo de 1980 en la ciudad de Gwangju, donde Han creció. Tras 10 días de manifestaciones, unas 2.000 personas (en su mayoría civiles) fueron fusiladas, golpeadas y torturadas por las fuerzas militares. Su nueva novela, Imposible decir adiós (también en Random House), se remonta a un levantamiento anterior contra la ley marcial recién impuesta, esta vez en la isla de Jeju tras la Segunda Guerra Mundial. Hasta 30.000 habitantes fueron asesinados. Ambas masacres fueron negadas o minimizadas por el gobierno y los grupos de derechas durante años.

La obra de Han da voz a estos traumas nacionales, pero su alcance es universal. "¿Qué es la humanidad?", se pregunta en Actos humanos. "¿Qué tenemos que hacer para que la humanidad siga siendo una cosa y no otra?".

Sus novelas no son sólo literatura testimonial, sino actos de empatía radical. Desde la publicación de su primer libro, hace 30 años, ha estado "tratando de tender un puente sobre el abismo que separa el salvajismo de la dignidad", como dijo en un ensayo. Uno de los pequeños milagros de su ficción es el modo en que la brutalidad y el sufrimiento coexisten con la ternura y la belleza, el horror y el éxtasis se funden en la página. Habla con la misma economía poética que escribe. "La humanidad tiene un espectro tan amplio", dice ahora. "Hay amor, sublimidad y dulzura".

La obra por la que es más conocida es La vegetariana, su primera novela traducida al inglés. Esta parábola feminista escabrosamente surrealista sobre una mujer que deja la carne y cree que se está convirtiendo en un árbol fue tachada de "extrema y extraña" cuando se publicó por primera vez en Corea del Sur en 2007. Es extrema y extraña, sí, de una forma brillante. Le valió un nuevo público devoto y el Premio Booker Internacional en 2016. Ese mismo año publicó Actos humanos, seguido de Blanco, un poema autobiográfico en prosa sobre la muerte de su hermana. Después escribió La clase de griego, una historia fascinante sobre un profesor que se está quedando ciego y una mujer que ha perdido la capacidad de hablar. Ahora ha vuelto a la violencia política de Actos humanos para escribir lo que ella describe como su pareja.

Su infancia se vio ensombrecida primero por la pérdida de su hermana mayor, muerta prematuramente en el suelo de la cocina y diez años después, por la tragedia pública de la masacre de Gwangju

"No es que yo decidiera: 'Vale, voy a ocuparme de otra masacre'", dice Han sobre Imposible decir adiós, ambientada en aquel terrible invierno de 1948, cuando una décima parte de la población de la isla de Jeju fue asesinada en tres meses. También es una historia de amistad y maternidad, tan crudamente original y misteriosa como La vegetariana.

Kyungha es una escritora que vive en Seúl (los numerosos paralelismos con la autora son deliberados); su amiga Inseon es una cineasta reconvertida en escultora de madera que vive sola en un lugar remoto de la isla de Jeju. Cuando es hospitalizada tras un accidente, Inseon le pregunta a Kyungha si puede rescatar a su pájaro mascota. En el transcurso de la misión de Kyungha a través de una tormenta de nieve para encontrar a esta pequeña criatura, la devastadora historia de la madre de Inseon y la historia oculta de la isla se van descubriendo poco a poco.

A pesar de sus horrores, Imposible decir adiós tiene una calidad tranquila y onírica, como si todo estuviera cubierto de nieve. "Sí, trata de cosas pesadas y dolorosas", explica. "Pero quería utilizar cosas muy suaves y ligeras, como los copos de nieve o las luces ondulantes de las velas o las sombras en la pared, el pájaro y las plumas".

La mediana de dos hermanos, Han creció en la ciudad de Gwangju, en una casa llena de libros y tristeza. Su padre era un novelista en apuros. Su infancia se vio ensombrecida primero por la pérdida de su hermana mayor, muerta prematuramente en el suelo de la cocina -"Yo había nacido y crecido en el lugar de esa muerte", escribe en Blanco-, y diez años después, por la tragedia pública de la masacre de Gwangju. En enero de 1980, cuando Han tenía nueve años, cuatro meses antes de las protestas, su padre dejó su trabajo de profesor y la familia se trasladó a Seúl. Tres años más tarde, descubrió en una estantería un álbum de fotografías de la masacre tomadas por periodistas extranjeros con el lomo girado en sentido contrario. "Mis padres querían protegerme, pero yo sentía curiosidad", dice. "¿Cómo podían los humanos hacer esto?".

Entre las fotos de jóvenes estudiantes mutilados y heridos había una de residentes haciendo cola para donar sangre a los heridos. "Fue el momento en que me enfrenté a la verdad imposiblemente coexistente de la humanidad", dice, la herida de la que brota toda su escritura. "Desde mi infancia, la violencia humana es algo que me dolía. Y cuando tienes una llaga, un punto doloroso en el cuerpo, no dejas de mirarlo, o no dejas de sentirlo, y tienes que tocarlo", dice, acariciándose suavemente el brazo.

Para Han, escribir es sufrir. "Cuando escribo, utilizo mi cuerpo", proclamó en su discurso en la ceremonia de entrega del Nobel. "Habiendo decidido escribir sobre asesinatos en masa y torturas, ¿cómo podía esperar tan ingenuamente -descaradamente- eludir pronto su agonía?", reflexiona su alter ego Kyungha en el primer capítulo de Imposible decir adiós.

El personaje no puede comer ni dormir y tiene terribles dolores de cabeza y calambres estomacales. Han ha sufrido migrañas debilitantes desde la infancia y, al igual que Kyungha, experimentó un "dolor mental y físico extremo" mientras escribía Actos humanos. Sintió la necesidad de compartir de forma imaginativa el trauma de los supervivientes y los deudos, afirma. "Tuve que prestarles mi carne, mi sensación. E inevitablemente, había dolor".

Han atribuye a sus migrañas el mérito de haberle dado la humildad y la empatía necesarias para convertirse en escritora. "Los seres humanos somos frágiles", afirma. Afortunadamente, los dolores de cabeza son mucho menos intensos desde que dejó de tomar cafeína durante el encierro. Unos años antes, cuando estaba escribiendo La vegetariana, un misterioso dolor en las articulaciones hizo imposible el acto físico de teclear. Escribió los dos primeros tercios a mano, y sólo pudo completar el último tecleando con dos bolígrafos. Finalmente, sus manos se recuperaron, pero temía no volver a escribir.

Tras la publicación de Actos humanos, Han se sorprendió al descubrir que los lectores también sentían dolor al leer la novela. Quería saber por qué. "Un día pensé: quizá sea por nuestro amor por lo que sentimos dolor juntos ante la evidencia de la violencia y la atrocidad humana o la degradación humana", dice. "Ese fue el comienzo de Imposible decir adiós".

La primera vez que oyó hablar del levantamiento de Jeju fue a los 20 años, cuando alquiló un estudio en la isla tras dejar su trabajo de periodista para dedicarse a escribir a tiempo completo. Un día, mientras ayudaba a su anciana casera a llevar un pesado paquete a la oficina de correos, la anciana se detuvo y, señalando un muro, le dijo a la joven Han que allí habían ejecutado a muchos de los isleños. En 2018 regresó para pasar dos años en Jeju, desplazándose entre la isla y Seúl. Paseando por la costa o por los bosques, "sintiendo el clima de Jeju", todos esos años después, sintió que se acercaba "cada vez más" a la narrativa de su próxima novela. "Podía sentir su emoción", dice Han refiriéndose a las familias que llevaban décadas sin voz.

"Desde mi infancia me duele la violencia humana y cuando tienes una llaga en el cuerpo no dejas de mirarla y tienes que tocarla"

Al igual que con Actos humanos, empezó a recopilar documentos históricos y testimonios de supervivientes. Sus investigaciones anteriores habían incluido Auschwitz, Bosnia, Nanjing, la Guerra Civil española y la masacre de los nativos americanos. "Mientras escribía estos dos libros, sentí que eran universales", explica. "La atrocidad humana que hemos vivido a lo largo de la historia y del mundo".

Imposible decir adiós es la primera de sus novelas que no ha sido traducida al inglés por Deborah Smith, cuyo entusiasmo por la obra de Han fue decisivo para introducirla en el público anglófono. Han compartió su Premio Booker Internacional con Smith, pero en medio del revuelo generado en torno a La vegetariana surgió una polémica sobre la traducción del libro. Se acusó a Smith de una serie de "errores de traducción" y cambios estilísticos, que dieron como resultado un "libro completamente diferente". "Fue salvaje y personal, y peor entre bastidores", escribió Smith en un ensayo reciente tras el anuncio del Nobel. "No era cierto", dice ahora Han en defensa de Smith. "Hubo confusión entre los errores y la libertad de traducción: se mezclaron los dos puntos".

Una copia revisada de La vegetariana -con 67 correcciones- se publicó en 2018. Smith está escribiendo ahora unas memorias sobre la traducción, y para esta última novela ha cedido el testigo a Emily Yae Won, su cotraductora de La clase de griego, y a la escritora estadounidense Paige Aniyah Morris.

Dos días antes de que Han viajara a Estocolmo para pronunciar su discurso, Corea del Sur volvió a sumirse en la confusión cuando el Presidente Yoon Suk Yeol declaró la ley marcial a las 23:00 horas del 3 de diciembre. Aunque la declaración duró poco y Yoon la suspendió, ha habido protestas diarias ante la Asamblea Nacional. "Por supuesto, me recordó a la masacre de Gwangju", dice Han. "Fue realmente impactante. Nadie imaginaba esta situación y es muy difícil leer o predecir lo que ocurrirá después". [Desde que hablamos, el presidente Yoon ha sido finalmente detenido tras un dramático enfrentamiento y continuas protestas].

A pesar de los inquietantes ecos de 1980, el mundo actual, conectado digitalmente, hace imposible la ocultación de hace 40 años. "No había periodismo libre, no había internet", dice Han. Ahora todo el mundo tiene móviles. "Llevan palos de luz y cantan. Es muy conmovedor", dice. "Quiero tener esperanza".

¿Siente una responsabilidad aún mayor de hablar como laureada? "Sólo soy una escritora", responde. "He decidido no dejarme influenciar ni dejar de escribir mis propios libros por el premio. No pienso pensar mucho en eso. Tengo 54 años, así que espero tener bastante tiempo para escribir".

El galardonado Kazuo Ishiguro solía bromear diciendo que "los escritores ganan el Nobel a los 60 años por un trabajo que hicieron a los 30". Han cree que la década más productiva de un escritor es la cincuentena. Ya está trabajando en la tercera parte de lo que llama otro "tríptico de invierno": tres "historias muy extrañas" ambientadas en la Seúl contemporánea, que acompañarán a Blanco.

Cuando escribe lleva "una vida muy disciplinada", dice, se acuesta pronto y escribe a primera hora. Después le gusta pasear y tiene rutas favoritas por su barrio: "Las calles conectadas, los callejones y la pequeña montaña", dice. "Me gusta especialmente sentir los pequeños cambios del bosque cada día".

Ya es tarde en Seúl y no quiero interrumpir su rutina. "Lo más importante de Imposible decir adiós es el amor, no la violencia", añade antes de despedirnos. "Sí, escribí sobre masacres y envilecimiento humano y atrocidades, pero quería escribir sobre el amor. A medida que envejezco, a medida que pasa el tiempo, siento que avanzo hacia la luz".

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