Una bonita foto. La de los presidentes autonómicos con el Rey, digo, en la reunión de Santander. El Estado, con todo su poder. Allí posaron juntos, muchos de ellos sonrientes. Estaban todos los dirigentes elegidos por la ciudadanía para regir sus destinos públicos. Menos el más alto, claro, que lucía por allí por derecho propio, porque él lo vale, que para eso nació de quien nació, en donde nació y con el apellido que nació. Una filfa, cierto, pero ahí estaba, en primera fila. La verdad es que daba gusto verlos, que así, a golpe del primer vistazo, parecían unas personas serias, responsables en el cumplimiento de sus obligaciones. ¿No es un sueño pensar que podían trabajar juntos, que los ciudadanos estamos a sus pies, allá abajo, esperando de su bonhomía que gobiernen de consuno, la vista al frente fijada en el bienestar de quienes honestamente les han votado, tanto da si derecha como izquierda? No parece mucho pedir, el esfuerzo debería ir en su sueldo, que no es millonario, cierto, pero seguro que les llega para un buen vivir.
Pues olvídense, que en cuanto empezaron a hablar el hechizo se rompió y las ranas siguieron siendo ranas, croa que te croa. Llegaron los presidentes del PP dispuestos a demostrar que la ciudadanía es algo que no les compete, que ellos han venido a este mundo sólo para demostrar que los socialistas son una panda de desharrapados, comunistas y corruptos. Haz el pino que yo ni me inmuto. Di acogida de menores inmigrantes y yo digo Begoña, propón financiación autonómica y yo Aldama, que va para largo, por cierto, ofrece Sanidad que yo te contesto fiscal general. El Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo, o de Isabel Díaz Ayuso, cualquiera sabe quién manda ahí, es hoy un partido extramuros echado al monte de la antipolítica –¿o de la desvergüenza?– incapaz de llegar a ningún pacto de Estado que favorezca a los españoles, niños, jóvenes, mujeres y ancianos.
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